Las pisadas mas antiguas con morfología aviana. El Estudio de los mamíferos fósiles en la Argentina. La búsqueda de la primera flor. Los Hallazgos de Mamíferos Fósiles Durante el Período Colonial en el Actual Territorio de la Argentina. Termas de Río Hondo. Mastodontes por aquí, Mastodontes por allá.
 
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Las pisadas mas antiguas con morfología aviana.

Por Silvina de Valais, CONICET, Museo Paleontológico ‘Egidio Feruglio’. Ricardo N. Melchor
CONICET, Universidad Nacional de La Pampa y Jorge F Genise
CONICET, Museo Paleontológico ‘Egidio Feruglio’

Fragmento del articulo publicado originalmente en la Revista Ciencia Hoy. Volumen 13 - Nº 76
Agosto - septiembre 2003. Imágenes originales del articulo y del archivo de PaleoArgentina.

Hace unos 210 millones de años, en el lugar donde hoy se levanta la precordillera riojana, se extendía una planicie con cuerpos de agua poco profundos y temporarios. En uno de estos charcos quedaron preservadas huellas fósiles dejadas por pequeños y desconocidos animales que abren nuevas incógnitas sobre la evolución de los dinosaurios carnívoros y las aves.

La icnología (del griego icnog -icno, huella) es la rama de la ciencia que se dedica a la descripción, clasificación e interpretación de las trazas dejadas por organismos vivos en su interacción con los sedimentos. Esto incluye tanto a la neoicnología, cuando las trazas son producidas en tiempos modernos, como a la paleoicnología, cuando se trata de trazas fósiles, o icnofósiles. Las trazas son aquellas estructuras sedimentarias de origen biológico que reflejan la interacción de los organismos productores con el sustrato.
   

Detalle de pisada aviana.

La icnología de vertebrados se dedica a estudiar evidencias de varios tipos, tales como huellas, nidadas y coprolitos, que es como se denomina al excremento fósil, como así también cuevas, marcas de predación activa o carroñeo y gastrolitos, que son piedras que el animal incorpora en su aparato digestivo para facilitar la digestión. Esta disciplina ha brindado valiosos indicios acerca del origen, evolución, extinción y comportamiento de grupos de animales, además de complementar su registro fósil. Particularmente, el estudio de las pisadas de vertebrados, también llamadas icnitas en la literatura, puede proporcionar importante información acerca de la identidad del organismo productor, su modo de locomoción y comportamiento; contribuir a la reconstrucción de las paleocomunidades de vertebrados, de las condiciones paleoecológicas y del paleoambiente en el que vivían; y ser útiles en la elaboración de esquemas bioestratigráficos y de cambios faunísticos en depósitos de ambientes continentales.

Las circunstancias que favorecen la preservación de pisadas normalmente no coinciden con aquellas que condicionan la fosilización de huesos. Por ello, las huellas han sido en muchos casos la primera, e incluso la única evidencia de la existencia de ciertos grupos de vertebrados en un lapso de tiempo o una región en particular, representando en ocasiones el único elemento de juicio para la fundamentación de interpretaciones. Las huellas también proporcionan evidencias adicionales sobre la biología y anatomía de los productores, y pueden confirmar o refutar deducciones basadas en el estudio anatómico de restos óseos.

Hace unos 220-210 millones de años, durante el Triásico Tardío, el paisaje donde hoy en día se encuentra esa reserva era muy distinto del actual. En aquel entonces, en lugar de la inmensa cordillera de los Andes, con su clima frío, ventoso y seco, y sus cumbres con nieves eternas, existía un paisaje llano, con arroyos y pequeñas lagunas o charcos asociados, que desaguaban en amplios barreales o bajos salinos. Los procesos ocurridos a lo largo del tiempo geológico, modificaron profundamente tanto el paisaje como el clima de esta zona, hasta transformarlo en el ambiente actual.

Las pisadas, preservadas tanto en molde como contramolde y que presentan una morfología general claramente similar a las que dejan las aves, se encuentran en un mosaico compuesto por varias lajas, en una superficie total de aproximadamente 5,5m2. La densidad de huellas por unidad de superficie y la calidad de preservación es muy diversa, dependiendo del sector del mosaico. En la parte central se registra la densidad más alta de pisadas, frecuentemente superpuestas, en tanto que hacia los márgenes se encuentran huellas dispersas, bien definidas y poco profundas. Esta variedad en la calidad de preservación nos sugiere que, al momento de ser impresas las huellas, el sustrato fangoso tenía distinta saturación en agua en la parte central en relación a las partes marginales.

En el mosaico pueden reconocerse varias rastrilladas, que son seguidillas de huellas, pertenecientes al mismo individuo (ver figura 2). El análisis de las mismas nos demuestra que se trataba de un animal bípedo que, al avanzar, anteponía una pata a la otra ubicándolas casi en línea recta. Las rastrilladas no muestran una orientación preferencial y muchas veces se superponen entre sí. En la misma rastrillada puede haber tanto pisadas tridáctilas como tetradáctilas, lo que confirma que ambos tipos de huellas fueron producidas por el mismo individuo. Esta observación permite descartar la idea de que se trataba de dos organismos distintos, correspondientes, por ejemplo, a dos especies distintas o eventualmente de la misma especie pero de diferente edad o sexo.

Algunos autores han presentando previamente supuestas huellas avianas de edad triásica tardía a jurásica temprana, las cuales han sido cuestionadas y reinterpretadas como producidas por otros grupos de dinosaurios no vinculados con las aves. Las huellas de Santo Domingo que aquí se comentan, se encuentran en una formación geológica adjudicada al Triásico Tardío, muestran claros rasgos avianos, y lo sorprendente de este hallazgo es que preceden en aproximadamente 55 millones de años a la primera ave conocida, siendo inclusive anteriores a los celurosaurios, considerados antecesores de las aves.
   

Aspecto del posible responsable de las huellas avianas  de Patagonia, Argentina.

¿Por qué decimos que tienen morfología aviana? Las pisadas riojanas aquí descriptas muestran la mayor parte de los rasgos que caracterizan a las pisadas de aves, incluyendo: a) morfología general semejante a la de las aves modernas; b) pisadas de pequeño tamaño más anchas que largas; c) impresiones de dígitos delgadas; d) un amplio ángulo entre la impresión de los dígitos II y IV; e) la impresión del dedo I dirigida posterior o posteromedialmente; f) finas marcas de garras, curvas hacia afuera respecto del eje de la huella; y, g) una planta o impresión metatarsal-falangeal donde convergen los dígitos. Algunos indicios avianos adicionales, aunque menos significativos son: h) alta densidad de pisadas y la falta de una orientación preferencial de las mismas, rasgo que frecuentemente se registra en huellas de aves que habitan los bordes de cuerpos de agua; e i) se encuentran en un antiguo lago somero, un ambiente donde las pisadas fósiles de aves se preservan con mayor frecuencia.

En consecuencia, hasta el momento, estas pisadas de morfología aviana sólo pueden ser atribuidas a un grupo desconocido de terópodos con patas tales que podían dejar huellas con rasgos semejantes a las que dejan las aves. Al carecer de otras evidencias fósiles que aclaren esta incógnita, nada más podemos agregar sobre este extraño animal con algunos rasgos de aves que vivía en ambientes de pequeñas lagunas y cursos de agua temporarios.

Lecturas sugeridas

BONAPARTE JF, 1997, El Triásico de San Juan – La Rioja. Argentina y sus dinosaurios, Museo Argentino de Ciencias Naturales, Buenos Aires. BUATOIS L, MÁNGANO G Y ACEÑOLAZA F, 2002, Trazas fósiles. Señales de comportamiento en el registro estratigráfico, Museo Paleontológico Egidio Feruglio. HECHT MK, OSTROM JH, VIOHL G Y WELLNHOFER P (eds.), 1985, The beginnings of birds, Freunde des Jura-Museums, Eichstatt. MELCHOR RN, DE VALAIS S Y GENISE JF, 2002, ‘Bird-like footprints from the Late Triassic’, Nature 417:936-938. THULBORN T, 1990, Dinosaur tracks, Chapman and Hall.

 


Los Hallazgos de Mamíferos Fósiles Durante el Período Colonial en el Actual Territorio de la Argentina.

Por Ricardo C. PASQUALI 1 y Eduardo P. TONNI 2. 1Departamento de Tecnología Farmacéutica, Facultad de Farmacia y Bioquímica, Junín 956, 6° piso (1113)-Buenos Aires, Argentina, rcpasquali@yahoo.com 2División Paleontología Vertebrados, Museo de La Plata, Paseo del Bosque, 1900-La Plata, Argentina. CIC-PBA. eptonni@fcnym.unlp.edu.ar.

Nota; Las imágenes que acompañan la publicación, fueron incorporadas por PaleoArgentina Web, y ninguno corresponden al articulo original.

La existencia de gigantes humanos está profundamente enraizada en la mitología de los distintos pueblos de la Tierra (Díaz del Castillo, 1977: 68), así como en los relatos bíblicos (Génesis 6:4; Números 13:33; Deuteronomio 2:11, 2:20-21, 3:11, 3:13; 1º de Samuel 17:4-7; 2º de Samuel 21: 16-22; 1º de Crónicas 20: 4-8) y de la antigüedad greco-romana (Cañete y Domínguez, 1952: 257-258), sin olvidar, en épocas recientes, su vinculación con civilizaciones extraterrestres (véase el análisis de Schobinger, 1982). No puede resultar extraño entonces que en el siglo XVII, o aún en los comienzos del XIX, cuando la Paleontología era una disciplina incipiente, los hallazgos de grandes huesos fosilizados fuesen vinculados con estas "razas" de gigantes. Era lo que indicaba el "sentido común" de las personas cultas de ese tiempo y en ese contexto debe ubicarse lo que sigue, poniendo en valor las explicaciones que trataban de desechar los viejos conceptos.

Los “gigantes” del Virreinato

Entre los primeros restos de mamíferos fósiles descubiertos en lo que más tarde sería el Virreinato del Río de la Plata se encuentran aquéllos que habían sido atribuidos a una raza de humanos gigantes. Así, en la segunda mitad del siglo XVI, fray Reginaldo de Lizárraga (1539 ó 1540-1609) decía, al referirse al valle de Tarija: “Hállanse en este valle a la ribera y barrancas del río sepulturas de gigantes, muchos huesos, cabezas y muelas, que si no se ve, no se puede creer cuán grandes eran; cómo se acabasen ignórase, porque como estos indios no tengan escripturas, la memoria de cosas raras y notables fácilmente se pierde.

Certificome este religioso nuestro [se refiere a fray Francisco Sedeño] haber visto una cabeza en el cóncavo de la cual cabía una espada mayor de la marca, desde la guarnición a la punta, que por lo menos era mayor que una adarga; y no es dificultoso de creer, porque siendo yo estudiante de Teología en nuestro convento de Los Reyes, el gobernador Castro envió al padre prior fray Antonio de Ervias, que nos la leía, y después fue obispo de Cartagena, en el reino de Tierra Firme, que actualmente estaba leyendo, una muela de un gigante que le habían enviado desde la ciudad de Córdoba del reino de Tucumán, de la cual diremos en su lugar, y un artejo de un dedo, el de en medio de los tres que en cada dedo tenemos, y acabada la lectión nos pusimos a ver qué tan grande sería la cabeza donde había de haber tantas muelas, tantos colmillos y dientes, y la quijada cuán grande, y la figuramos como una grande adarga, y a proporción con el artejo figuramos la mano, y parecía cosa increíble, con ser demostración; oí decir más a este nuestro religioso, que las muelas y dientes estaban de tal manera duros, que se sacaba dellas lumbre como de pedernal” (Lizárraga, 1916a: 283-284).

Lizárraga también se refiere al hallazgo de “sepulturas de gigantes” en Córdoba: “La cibdad de Córdoba es fértil de todas fructas nuestras, fundada a la ribera de un río de mejor agua que los pasados, y en tierra más fija que la de Tucumán, está más llegada a la cordillera; danse viñas, junto al pueblo, a la ribera del río, del cual sacan acequias para ellas y para sus molinos; la comarca es muy buena, y si los indios llamados comichingones se acabasen de quietar, se poblaría más. Tres leguas de la cibdad, el río abajo, en la barranca dél, se han hallado sepulturas de gigantes, como en Tarija” (Lizárraga, 1916b: 237-238).

Otro hallazgo de restos de supuestos gigantes había realizado Esteban Álvarez del Fierro, capitán de la fragata de guerra española “Nuestra Señora del Carmen”, la que estaba anclada en el puerto de Buenos Aires y próxima a partir de regreso a España. Álvarez del Fierro se presentó en 1766 con un escrito ante el Alcalde de Buenos Aires, Juan de Lezica y Torrezuri (1709-1783), expresándole que en Arrecifes se encuentran unos “sepulcros de racionales con una estatura gigante”. En ese escrito, del Fierro solicitaba el envío de varias personas entendidas con el fin de que reuniesen ese material. En el mismo escrito, Álvarez del Fierro expresa su interpretación de estos hallazgos: “...siendo estos monumentos un testimonio auténtico y demostrable de que en la antigüedad hubo en esta región americana, sea antes ó pos del diluvio racionales giganteos que están negados por varios historiadores y críticos de la historia sagrada y profana, suscitándose de esto varios puntos controvertibles con perjuicio de la veracidad de la sagrada historia y de los autores fidedignos que con tanto acierto han escrito la profana, y lo que mas es, el que la secta de los materialistas llega á negar varios puntos en dogma de fé sobre la estatura gigantea que nos espresa la Sagrada Escritura...” (véase Gutiérrez, 1866: 106-108).

Poco después arribaron a Arrecifes los enviados del Alcalde y procedieron a extraer los restos óseos de dos sitios con “sepulcros o sepulturas”: uno que se encontraba en la estancia de Luna, a orillas del arroyo del mismo nombre, actual límite entre los partidos de Arrecifes y Capitán Sarmiento, y el otro en la estancia de Peñalva, en el río Arrecifes.

Los huesos fueron llevados a Buenos Aires para embarcarlos con destino a España. Previamente fueron examinados por tres cirujanos: Matías Grimau, Juan Parán y Ángel Casteli, quienes deberían decir ante escribano público si eran o no de persona humana, según su saber y entender.

Sólo uno de ellos, Grimau, opinó bajo juramento que los restos eran humanos, ya que “no se halla en los brutos semejante figura y desformidad agigantada y según tradición de los antiguos, ha oído decir con el motivo de haberse hallado estos huesos, de que había unos hombres muy altos y corpulentos, por lo que no estraña sean los referidos huesos de estos hombres...” (Gutiérrez, 1866: 113).

Una vez en España, los académicos de la Real Academia de la Historia dictaminaron que los huesos no “pertenecían a la especie humana, conjeturando que más bién parecían ser de algún Quadrúpedo, y acaso de la casta del Elefante” (citado por Cabrera, 1930: 64). El dictamen de los académicos españoles no era erróneo, ya que los restos en cuestión pertenecían a mastodontes, parientes extintos de los elefantes cuyos enormes molares semejan someramente a los humanos.

En el capítulo III, De los Gigantes y Pigmeos, de su obra Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, el jesuita José Guevara (1719-1806), hace referencia a los fósiles descubiertos a orillas del río Carcarañá, en la provincia de Santa Fe, de la siguiente forma: “Sin embargo ocurren algunas cosas dignas de particular relación. Los gigantes, torres formidables de carne, que en sólo el nombre llevan el espanto y asombro de las gentes, provocan ante todas cosas nuestra atención. No se hallan al presente, pero antiguos vestigios, que de tiempo en tiempo se descubren sobre el Carcarañal, y otras partes, evidencian, que lo hubo en tiempo pasado. Algunos, convencidos con las reliquias de estos monstruos de la humana naturaleza, no se atreven a negar claramente la verdad, pero retraen su existencia al tiempo antediluviano. Yo no me empeñaré en probar que los hubo antes del diluvio, pero es muy verosímil que después de él poblasen el Carcarañal, y que en sus inmediaciones y barrancas tuviesen el lugar de su sepultura.

Lo cierto es que de este sitio se sacan muchos vestigios de cráneos, muelas y canillas, que desentierran las avenidas, y se descubren fortuitamente. Hacia el año de 1740 vi una muela grande como un puño casi del todo petrificada, conforme en la exterior contextura a las muelas humanas, y sólo diferente en la magnitud y corpulencia. El año de 1755 don Ventura Chavarría mostró en el colegio seminario de Nuestra Señora de Monserrat una canilla dividida en dos partes, tan gruesa y larga, que según reglas de buena proporción, ¡a la estatura del cuerpo correspondían ocho varas! Como este caballero es curioso y amigos de novedades, ofreció buen premio al que le desenterrase las reliquias de aquel cuerpo agigantado.

Puede ser que el estipendio aliente para éste y otros descubrimientos, que proporcionarían al orbe literario novedades para amenizar sus tareas”.

En cuanto al tamaño de estos seres, el Padre Guevara comentaba: “Sobre la estatura de los gigantes es necesario discurrir con alguna variedad. Hay en este gremio unos mayores que otros, como entre los hombres de mediana estatura. Las reliquias que de ellos nos han quedado, arguyen notable variedad de estatura. Que altura tan desmedida no corresponderá a aquel gigante cuyo cráneo se habría en una circunferencia tan dilatada, que metiendo una espada por la cavidad de los ojos apenas alcanzaba al cerebro, como testifica el ya nombrado D. Lorenzo Suárez de Figueroa, testigo ocular de la experiencia. Por la canilla de otro, hecho geométricamente el cálculo, se infiere una estatura tan elevada, que incado de rodillas en el pretil de la iglesia del Colegio Máximo de Córdoba, alcanzaría a recostarse de codos sobre el umbral de la ventana del coro, que tendrá doce para catorce varas de altura” (citado por Freyre, 1973: 4).

La tierra hace crecer los huesos

Uno de los sitios en los que se realizaron hallazgos de “gigantes” es Tarija, Bolivia. En el periódico Telégrafo Mercantil Rural, Político, Económico, e Historiografo del Río de la Plata del 15 de agosto de 1802, bajo el título Fenómeno, se da una explicación al tamaño agigantado de los huesos hallados en esa localidad:

“El terreno de la Villa de Tarija, tiene la virtud de acrecentar excesivamente los huesos. Enterrado un cadáver de regular estatura, si se saca después de algún tiempo se encuentran los huesos sumamente crecidos, por lo cual están algunos creídos que en aquella tierra hubo Gigantes y bajo este propio concepto D. Matías Baulen, vecino de dicha Villa, y natural de Canarias, llevó a Lima el año de 1768 un esqueleto en 4 cajones grandes, que le presentó al Exmo. Señor Virrey de aquel Reino D. Manuel de Amat, y obtuvo en premio el Corregimiento del Cuzco. Pero examinados bien por varios facultativos, es visto que tales Gigantes nunca los produjeron estos países, y que la magnitud de los huesos proviene de que aquella tierra tiene la secreta virtud de dilatarlos y engrosarlos hasta aquel grado en que conservan su intrínseca sustancia, pues acabada ésta, como ya no tiene en que obrarla de la tierra, se reducen en polvo. De esta propia especie eran los huesos que trajeron a Buenos Aires de los confines de Luján, los cuales se remitieron a la Corte pocos años, hace y han dado ocasión a que se escriba que las Provincias Argentinas abundaban de Gigantes, y es falso.” (Cabello y Mesa, 1802: 269).

Esta curiosa explicación, que trata de contrarrestar la antigua idea de una raza de gigantes poblando la tierra, tiene un antecedente. En 1787, Pedro Vicente Cañete y Domínguez (fallecido en 1816), un interesante personaje colonial licenciado en teología y abogado, escribe sobre el mismo tema. Dice en la Noticia Quinta de su "Guía histórica, geográfica, física, política, civil y legal del gobierno e intendencia de la provincia del Potosí" que "Debe pues inferirse que agregando a este principio [el jugo lapidífico, responsable del "crecimiento" de los huesos] el movimiento, el calor, una circulación continuada y una especie de fermentación insensible, fueron todas estas causas juntas formando en el decurso de muchos siglos el crecimiento o aquella admirable vegetación de los huesos del gigante de Tarija, pareciendo ahora monstruoso a nuestra vista, un esqueleto que en su principio tal vez sería de un tamaño regular o, aunque extraordinario, no monstruoso" (Cañete y Domínguez, 1952: 259).

Ciertamente, ambas explicaciones son estrictamente similares. O se trata de una notable coincidencia o la nota anónima del "Telégrafo Mercantil" no es más que una repetición algo modificada de la idea de Cañete y Domínguez, sin citar la fuente. Si esto último es correcto representaría un interesante antecedente para esta actual y frecuente "costumbre" periodística.

El primer descubrimiento de un gliptodonte

Entre 1739 y 1779, el médico, naturalista y jesuita inglés Thomas Falkner recorrió la Patagonia y las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Tucumán. En 1760, Falkner realizó a orillas del río Carcarañá, el primer descubrimiento de restos de un gliptodonte. Dice Falkner (1974: 82-83): “En los bordes del río Carcarañá, o Tercero, como a unas tres o cuatro leguas antes de su desagüe en el Paraná, se encuentra gran cantidad de huesos, de tamaño descomunal, y que a lo que parece son humanos: unos hay que son de mayores y otros de menores dimensiones, como si correspondiesen a individuos de diferentes edades. He visto fémures, costillas, esternones y fragmentos de cráneos, como también dientes, y en especial algunos molares que alcanzaban a tres pulgadas de diámetro en la base. He oído decir que se hallan huesos como éstos en las orillas de los ríos Paraná y Paraguay, como lo mismo en el Perú. El historiador indígena Garcilaso de la Vega Inga hace mención de estos huesos en el Perú, y nos cuenta que, según la tradición de los indios, unos gigantes habitaban antiguamente estos países, y que fueron destruidos por Dios por el delito de sodomía”.

“Yo en persona descubrí la coraza de un animal que constaba de unos huesecillos hexágonos, cada uno de ellos del diámetro de una pulgada cuando menos; y la concha entera tenía más de tres yardas de una punta a la otra. En todo sentido, no siendo por su tamaño, parecía como si fuese la parte superior de la armadura de un armadillo; que en la actualidad no mide mucho más que un jeme de largo. Algunos de mis compañeros también hallaron en las inmediaciones del río Paraná el esqueleto entero de un yacaré monstruoso: algunas de las vértebras las alcancé a ver yo, y cada una de sus articulaciones era de casi cuatro pulgadas de grueso y como de seis de ancho.

A hacer el examen anatómico de los huesos me convencí, casi fuera de toda duda, que este incremento inusitado no procedía de la acreción de materias extrañas, porque encontré que las fibras óseas aumentaban en tamaño en la misma proporción que los huesos. Las bases de los dientes estaban enteras, aunque las raíces habían desaparecido y se parecían en un todo a las bases de la dentadura humana, y no de otro animal cualquiera que haya yo jamás visto. Estas cosas son bien sabidas y conocidas por todos los que viven en estos países; de lo contrario, no me hubiese yo atrevido a mencionarlas.”

La primera descripción formal de un gliptodonte se realizó recién en 1838, cuando el naturalista inglés Sir Richard Owen, basándose en un espécimen hallado en el río Matanza --actual partido de Cañuelas, provincia de Buenos Aires--, fundó el género Glyptodon (al que a juzgar por la descripción, pertenecía la coraza descripta por Falkner) y la especie Glyptodon clavipes (Owen, 1838: 178).

El megaterio de Luján

En 1787, el fraile dominico Manuel de Torres desenterró de las barrancas del río Luján, cerca de la villa del mismo nombre, los restos óseos de un gigantesco mamífero, que posteriormente recibió el nombre de Megatherium.

Las tareas de extracción de este fósil fueron muy lentas debido a que Torres no permanecía constantemente en Luján (debía atender su ministerio en el Convento de Buenos Aires) y a su preocupación científica por documentar las condiciones del hallazgo. Así, en una carta que dirigió al virrey Nicolás Francisco Cristóbal del Campo, Marqués de Loreto (década de 1740-1803), el 29 de abril de 1787, unos dos meses después de que iniciara la excavación, Torres le pidió un dibujante “para que lo extraiga al papel; porque de otro modo, pienso se malogrará todo el trabajo, y V.E. se privará del gusto de ver una cosa muy particular; respecto a estar sumamente tiernos los huesos, y el sol no calentar nada para que se sequen, porque están en un lugar que vierte agua. Haciendo un mapa o estado de ellos, no dudaré que por él se podrán acomodar después, aunque se quiebren, o cuando menos, saber su figura y magnitud.” Al día siguiente, el virrey le manifiesta su apoyo en una carta, en la que al final dice “aplaudiendo yo entretanto su celo a favor de estos útiles descubrimientos” (Trelles, 1882: 444).

Ese mismo día, el virrey designó al Teniente del Real Cuerpo de Artillería Francisco Javier Pizarro como la persona indicada para proceder “a sacar puntual dibujo antes que se mueva, y arriesgue la dislocación o fractura de sus partes, sacando también sus dimensiones en detalle” (Trelles, 1882: 445-446).

Pero entre Pizarro y Torres se había producido un rozamiento. En una carta que envió al virrey el 9 de mayo de 1787, el sacerdote decía “Pero V.E. mejor que nadie sabe la injusticia con que este hombre me calumnia ... lo que ha llenado las medidas del sentimiento, es haberme imputado el crimen de embustero... Cuanto he dicho a V.E. es tan cierto como lo más, que hombre ha dicho en este mundo. No quiero que se den crédito a mis palabras, si no a las obras, con que lo haré ver en breves días.” Al día siguiente, apurado en probar al virrey la veracidad de su descubrimiento, Torres comenzaba a recoger los huesos. El 27 de junio, Torres anunciaba al virrey por carta que había encontrado media cadera.

Arribados los huesos a Buenos Aires, se procedió a montarlo por partes con la colaboración de “varias personas inteligentes”. El esqueleto fue enviado a España el 2 de marzo de 1788 en siete cajones, con una extensa nota del virrey (Figura 1) y un dibujo atribuido al general portugués, al servicio de España, Custodio de Saa y Faría, que posiblemente fue una copia de la lámina del Teniente Pizarro.

Fue tal el interés que despertó este enorme esqueleto de cerca de cinco metros de largo, que el rey Carlos III pidió que se “procure por cuantos medios sean posibles averiguar si en el partido de Luján o en otro de los de ese virreinato, se puede conseguir algún animal vivo, aunque sea pequeño… remitiéndolo vivo, si pudiese ser, y en su defecto disecado y relleno de paja…”

El fósil fue llevado al Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, donde se hizo cargo del mismo Juan Bautista Brú de Ramón (1740-1799), “pintor y primer disecador” del Gabinete de Historia Natural de Madrid (citado por López Piñero y Glick,1993: 56; véase también López Piñero, 1985). Brú limpió los huesos del megaterio y armó el esqueleto en una pose más o menos similar a la que tendría en vida. El esqueleto de este megaterio se conserva actualmente en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid.

En 1795, Philippe-Rose Roume (1724-1804), oficial de las Indias Occidentales Francesas en Santo Domingo, viajó desde esa isla a Francia pasando por España. En Madrid, Roume pudo obtener las pruebas de impresión de una publicación futura de Brú sobre el fósil de Luján. Roume envió esas pruebas al recientemente fundado Instituto de Francia, del cual era miembro, las que fueron entregadas al naturalista Georges Cuvier (1769-1832).

Cuvier (1796) escribió inmediatamente la que sería la primera de muchas publicaciones sobre vertebrados fósiles, en la que incluyó una mala copia de la figura del esqueleto completo del mamífero fósil que denominó Megatherium americanum, atribuyendo erróneamente la localidad de Luján al Paraguay. Cuvier, quien nunca había visto los huesos del megaterio, obtuvo prioridad en la publicación de su descripción. El estudio anatómico, acompañado de excelentes ilustraciones (Figura 2) que había realizado Brú en Madrid en 1793, quedó así prácticamente en el olvido.
El megaterio fue el primer vertebrado fósil montado para fines de exhibición y el primer mamífero fósil del nuevo mundo estudiado y nominado científicamente.

El hallazgo y extracción del esqueleto de Megatherium por parte del padre Torres y colaboradores es un hecho significativo en la América colonial. Se concatenaron aquí inquietudes científicas con un singular apoyo por parte de las autoridades, encabezadas por el virrey Marqués de Loreto. Como bien señala Julián Cáceres Freyre (1973), es "Increíble, este celo y celeridad del virrey en acceder a un pedido del día anterior en pro de la ciencia. Ojalá hoy día existiera en nuestra burocracia administrativa, casos similares de rapidez expeditiva y colaboración generosa. Pensar que estamos relatando un acontecimiento de 1787, en plena 'colonia oscurantista'" (Cáceres Freyre, 1973: 15-16).

Agradecimientos. A la Agencia Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires y Universidad Nacional de la Plata por el apoyo financiero.

Bibliografía

Cabello y Mesa. F. A. (ed.) 1802. Fenómeno. Telégrafo Mercantil Rural, Político, Económico, e Historiografo del Río de la Plata. Tomo IV, Nº 16, 15 de agosto de 1802.

Cabrera, A., 1930. Una revisión de los mastodontes argentinos. Revista del Museo de La Plata 32, tercera serie, tomo 8: 61-144.

Cáceres Freyre, J. 1973. Precursores de la paleontología humana y animal en América del Sur y especialmente en el Río de la Plata. Contribuciones a la historia de la ciencia en la Argentina (de Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología Nº 7 pp.367-398), Ministerio de Cultura y Educación, Subsecretaría de Cultura, Buenos Aires, pp.1-32.

Cañete y Domínguez, P. V. 1952. Guía histórica, geográfica, física, política, civil y legal del gobierno e intendencia de la provincia de Potosí. Volumen I, Colección Primera: Los escritores de la Colonia, Nº 1, Editorial Potosí, Bolivia, 838 pp.

Cuvier, G., 1796. Notice sur le squelette d'une très-grande espèce de quadrupède inconnue jusqu'à présent, trouvé au Paraguay, et déposé au cabinet d'histoire naturelle de Madrid. - Magasin Encyclopédique, ou Journal des Sciences, des Lettres et des Arts 7: 303-310; Paris.

Díaz del Castillo, B. 1977. La conquista de la Nueva España. Selección de la obra “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. EUDEBA, Buenos Aires, 201 pp.

Falkner, P. T. 1974. Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur. Segunda edición, Hachette, Buenos Aires, 174 pp.

Guevara, J., 11910. Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán. En Angelis, P. de (editor) Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las Provincias del Río de la Plata, 2º edición, Lajouane, Buenos Aires, 542 pp.

Gutiérrez, J. M. 1866. La paleontología en las colonias españolas a mediados del siglo XVIII. La Revista de Buenos Aires XI: 100-114.

Lizárraga, R. de 1916a. Descripción colonial (el título original es “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile”). Libro primero, Colección Biblioteca Argentina, dirigida por Ricardo Rojas, Buenos Aires, 309 pp (disponible en internet).

Lizárraga, R. de 1916b. Descripción colonial (el título original es “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile”). Libro segundo, Colección Biblioteca Argentina, dirigida por Ricardo Rojas, Buenos Aires, 239 pp (disponible en internet).

López Piñero, J. M. 1985. Ciencia y arte: Juan Bautista Bru. Investigación y Ciencia 100: 40-46.

López Piñero, J. M. y Glick, T.F., 1993. El megaterio de Brú y el presidente Jefferson. Una relación insospechada en los albores de la paleontología. Universidad de Valencia, CSIC, 168 pp.

Owen, R. 1838. Note on the Glyptodon. In Buenos Aires and the Provinces of the Río de La Plata (Parish, W.; editor), p. 1-178.

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El Estudio de los mamíferos fósiles en la Argentina.

Por Eduardo P. Tonni, Facultad de Ciencias Naturales y Museo. Universidad Nacional de La Plata. CIC (Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires)  y Ricardo C. Pascuali, Universidad CAECE. Departamento de Biología. Fragmento publicado originalmente en Revista de Divulgación y Tecnológica de la Asociación Ciencia Hoy. 1999. Volumen 9 - Nº 53. Las imágenes que acompañan la publicación, fueron incorporadas por PaleoArgentina Web, y ninguno corresponden al articulo original.

Entre los primeros restos de mamíferos fósiles descubiertos en nuestro país se encuentran aquellos que fueron atribuidos a una raza de humanos gigantes. Así, en la segunda mitad del siglo XVI, fray Reginaldo de Lizárraga observó "...una muela de un gigante" procedente de Córdoba. Otro hallazgo de restos de supuestos gigantes había realizado el capitán Esteban Álvarez del Fierro en el pago de Arrecifes. En enero de 1766 se dirigía por nota al alcalde de Buenos Aires haciéndole saber del descubrimiento y solicitándole el envío de varias personas entendidas con el fin de que reuniesen ese material, por sospechar que los huesos podrían haber sido de "racionales", esto es, de seres humanos. Poco después arribaron a Arrecifes los enviados del alcalde y procedieron a extraer los restos óseos del "sepulcro o sepultura". Estos, luego, fueron llevados a Buenos Aires para embarcarlos con destino a España. Previamente a su embarco fueron examinados por tres cirujanos, y uno de ellos, llamado Matías Grimau, opinó bajo juramento que eran de humanos. Una vez en España, los académicos de la Real Academia de la Historia dictaminaron que los huesos no eran de "racionales", y que probablemente pertenecían a algún animal "parecido al elefante". El dictamen de los académicos españoles no era erróneo, ya que los restos en cuestión pertenecían a mastodontes, parientes extintos de los elefantes cuyos enormes molares se asemejan someramente a los humanos.

El primer descubrimiento de restos de un gliptodonte -pariente de los armadillos provisto de un grueso caparazón rígido- lo realizó el jesuita inglés Thomas Falkner en 1760, a orillas del río Carcarañá, en la provincia de Santa Fe. En 1787, el fraile dominico Manuel Torres desenterró de las barrancas del río Luján los restos óseos de un megaterio, un gigantesco animal extinguido emparentado con los perezosos. Obtenido el apoyo para la gestión respectiva del virrey marqués de Loreto, el esqueleto fue remitido a España, con una extensa nota del virrey, el 2 de marzo de 1788. Fue tal el interés que despertó este enorme esqueleto de cerca de cinco metros de largo, que el rey Carlos III reclamó el envío de un ejemplar vivo, o en su defecto desecado y relleno de paja.

Reconstruido en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, el fósil fue estudiado por el naturalista francés Georges Cuvier en 1796. De esta forma, el Megatherium americanum -como denominó Cuvier a este gigante de las pampas- se convirtió en el primer vertebrado fósil del Nuevo Mundo conocido por la ciencia. El esqueleto de este megaterio se conserva actualmente en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, siendo el primer vertebrado fósil montado para fines de exhibición.

En 1825, el Museo de Historia Natural de París comisionó a Alcides Dessalines D'Orbigny para visitar, explorar y estudiar la fauna y la flora de las regiones australes de América del Sur. Asesorado por famosos científicos, como Cuvier y Humboldt, partió para el Nuevo Mundo como naturalista viajero en 1826, llegando a Buenos Aires en enero de 1827, durante la breve presidencia de Bernardino Rivadavia. Los resultados de sus observaciones fueron publicados entre 1834 y 1847 en la monumental obra en nueve volúmenes Voyage dans l'Amerique Méridionale -Viaje a la América Meridional-, en la que figuran noticias acerca de la geología, paleontología, botánica, zoología y antropología argentinas, además de algunas referencias históricas relacionadas con las regiones visitadas. D'Orbigny describió los restos del gliptodonte que había descubierto Thomas Falkner en 1760 y recogió fósiles principalmente en las barrancas del río Paraná, muchos de los cuales fueron descriptos por Laurillard.

El naturalista inglés Charles Robert Darwin formó parte de la expedición que realizó el capitán Robert Fitz-Roy a bordo del Beagle entre el 27 de diciembre de 1831 y el 2 de octubre de 1836. Luego de breves etapas en el Brasil y el Uruguay, el Beagle llegó en 1833 a la desembocadura del río Negro, donde se encontraban las poblaciones más meridionales -exceptuadas las aborígenes- de América, de las cuales la más importante era Carmen de Patagones. Siguiendo la línea de postas protegidas del ataque de los indios, hizo minuciosas anotaciones sobre aspectos geológicos, paleontológicos, botánicos y faunísticos de esa poco explorada zona. Descubrió el yacimiento fosilífero de Punta Alta, de donde extrajo restos de un caballo fósil y un megaterio, además de otros correspondientes a mamíferos extinguidos desconocidos hasta entonces, como el celidoterio, el glosoterio, el milodonte, la macrauquenia y el toxodonte. Estos fósiles, como los que Darwin descubrió posteriormente, fueron depositados en el Colegio de Cirujanos de Londres y descriptos por sir Richard Owen.

En septiembre de 1833 viajó por tierra de Bahía Blanca a Buenos Aires y de ahí a Santa Fe, en cuyo trayecto descubrió restos de mastodonte, de un armadillo gigante, de toxodonte y de un caballo fósil. Pasó luego al Uruguay, donde descubrió un cráneo bastante incompleto de un toxodonte sobre la orilla del arroyo Sarandí, afluente del río Negro. En diciembre partió con el Beagle hacia Puerto Deseado e inició un recorrido por la Patagonia y en enero de 1834 halló nuevos restos de macrauquenia. Luego remontó el río Santa Cruz, para dirigirse después a Tierra del Fuego e Islas Malvinas. En 1835 vuelve a entrar en la Argentina desde Chile y descubre un bosque de araucarias petrificadas en la región de agua de la Zorra en el Paramillo de Uspallata, al norte de la provincia de Mendoza.

El primer naturalista argentino.

Un hito importante en la historia de los estudios paleontológicos en la Argentina está señalado por la descripción, en 1845, del esqueleto de Smilodon populator, un enorme felino de dientes de sable hallado en las barrancas del río Luján. La descripción fue obra del médico Francisco Javier Muñiz (ver "Ciencia y soledad en la Argentina del siglo pasado", Ciencia Hoy, 52: 62-66, 1999), el primer naturalista argentino según Florentino Ameghino. Además de su destacada actuación como médico, Muñiz fue el precursor de los estudios paleontológicos en el país. Precediendo a Darwin fue el primero que empezó a excavar sistemáticamente el terreno de la pampa, descubriendo en él los extraordinarios seres extintos que llegaron a convivir con los primitivos pobladores humanos de estas tierras. En 1825, por disposición del general Soler, marchó como cirujano a Chascomús. En esa oportunidad reveló condiciones particulares de paleontólogo, dando a conocer algunos fósiles desenterrados por él en las proximidades de la laguna. A partir de ese momento comenzó a recolectar y estudiar huesos fósiles que le dieron renombre en el exterior y provocaron la atención de Darwin. Cuando tenía 33 años fue designado por el gobernador Dorrego médico en el departamento de Luján, cargo que le permitió dedicarse a las exhumaciones paleontológicas, a los estudios sobre higiene y a la climatología de la provincia de Buenos Aires. En los veinte años que estuvo en Luján, Muñiz colectó y describió una gran cantidad de mamíferos fósiles.

Esta tarea de Muñiz lo coloca como el precursor de la paleontología argentina, no habiendo ninguna personalidad que pueda comparársele hasta la aparición de Florentino Ameghino. Muñiz fue miembro fundador de la Asociación Amigos de la Historia Natural del Plata, creada en 1854 para dar al entonces Museo de Historia Natural de Buenos Aires una organización capaz de hacerlo salir del estado de abandono en que se encontraba durante la larga dominación de Rosas. La Asociación prosiguió sus tareas durante una década, siendo sustituida en 1866 por la Sociedad Paleontológica, fundada por el científico alemán Carlos Germán Burmeister, que desde 1862 se desempeñaba como director del Museo Público de Buenos Aires. Esta fue una de las primeras asociaciones del mundo dedicadas a la paleontología.

Burmeister era un científico conocido internacionalmente por sus trabajos paleontológicos y zoológicos, en especial de insectos. En 1861 renuncia a su cátedra en Halle y acepta el ofrecimiento que le hicieron Mitre y Sarmiento del cargo de director del Museo Público de Buenos Aires. Creó la revista Anales del Museo Público de Buenos Aires, que empezó a publicarse en 1864, en la que ofició personalmente como redactor, ilustrador y corrector. Desde sus páginas dio a conocer e ilustró los descubrimientos sobre mamíferos extinguidos, con litografías y grabados ejecutados de su propia mano. Con la obra de Burmeister Los caballos fósiles de la Pampa argentina, el gobierno argentino participó de la Exposición de Filadelfia de 1876. Su actividad científica en el Museo incluía la zoología, la botánica y la paleontología. En 1870, Sarmiento designó a Burmeister "comisionado extraordinario" para dirigir la nueva Facultad de Ciencias Matemáticas y Físicas en la Universidad de Córdoba, autorizándolo para proponer el primer plantel de profesores. En 1873 se fundó la Academia de Ciencias de Córdoba bajo la dirección de Burmeister, cuyos miembros estaban obligados a dictar clases en la Universidad. Las obras científicas producidas por los integrantes de la Academia serían publicadas en las Actas y en el Boletín de la Academia Argentina de Ciencias Exactas. En 1878 se resuelve separar la Academia como cuerpo científico de la Universidad de Córdoba, pasando a ser una corporación científica sostenida por el gobierno de la Nación. El centro de gravedad de la ahora Academia Nacional de Ciencias se desplaza de las ciencias exactas a las ciencias naturales.

Florentino Ameghino.

Uno de los trabajos más monumentales publicados en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias es Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, formado por un volumen de texto y un atlas. Esta obra, escrita por Florentino Ameghino y publicada en 1889 en el tomo VI, fue premiada en la Exposición Universal de París.

Ameghino llevó a cabo su grandioso aporte a la paleontología en forma de una importante y voluminosa obra escrita, de una magnitud tal que Alfredo Torcelli editó 24 grandes tomos con las obras completas y la correspondencia científica del sabio. No hay otro investigador sudamericano en antropología, geología o paleontología con una obra de esa dimensión y calidad. Sus estudios se iniciaron sobre los mamíferos fósiles de la provincia de Buenos Aires, pero involucró luego a todo el territorio argentino. Entre 1885 y 1886 creó el Museo de Antropología y Paleontología de la Universidad de Córdoba, que abandonó en 1886 para trasladarse a La Plata y asumir el cargo de subdirector y secretario del Museo de dicha ciudad. En febrero de 1888 renuncia por sus discrepancias con el director, Francisco Pascasio Moreno, dejando como principal legado una importante colección de restos de mamíferos del Mioceno temprano de Santa Cruz y que fuera reunida por su hermano Carlos. Desde 1902 hasta su muerte, ocurrida en 1911, fue el primer director de nacionalidad argentina del Museo Nacional de Buenos Aires.

En 1906, muchos años después de haber dejado La Plata, Ameghino es nombrado profesor de Geología y miembro del Consejo Académico del Instituto del Museo de la Universidad de La Plata. Sin embargo, renuncia a esos cargos para dedicarse exclusivamente a sus tareas en el Museo Nacional de Buenos Aires.

Bajo su dirección, este incrementa extraordinariamente las colecciones paleontológicas, su biblioteca se transforma en la mejor dotada en la especialidad e incorpora a científicos de la talla del botánico Carlos Spegazzini, el zoólogo Eduardo Holmberg y el antropólogo Juan Bautista Ambrosettti, que fueron convocados personalmente por su director. Ameghino fue el precursor de los estudios filogenéticos en la Argentina. Enfocó las investigaciones paleontológicas principalmente desde los puntos de vista taxonómico, o sea clasificando en las diversas jerarquías, y bioestratigráfico, caracterizando a los sedimentos portadores por su contenido fosilífero. A este sabio se debe el cuadro geológico del Cenozoico -era geológica que abarca los últimos 65 millones de años- de la Argentina, que el gran paleontólogo estadounidense George Gaylord Simpson propuso como patrón para toda América del Sur. Ameghino fue el primer científico que aportó pruebas sustanciales sobre el intercambio faunístico entre América del Sur y América del Norte que comenzó hace algo más de tres millones de años, evento que en la década de 1970 fuera bautizado como "Gran Intercambio Biótico -posteriormente denominado Faunístico- Americano".

Cuando se retiró del Museo de La Plata, Ameghino fue reemplazado por el suizo Alcides Mercerat, que no hizo aportes significativos a la paleontología de vertebrados, y por Santiago Roth, de la misma nacionalidad, pero de labor mucho más fecunda. Roth había realizado expediciones a la Patagonia que rivalizaban con las que hacía simultáneamente Carlos Ameghino, que tuvieron lugar en las temporadas de 1896-97, 1898-99 y en 1902. Roth y los Ameghino se ocultaban celosamente los datos sobre las localidades que visitaban, ocasionando cierta confusión en las tareas de los posteriores revisores. Florentino Ameghino no tuvo discípulos directos, pero fue su hermano Carlos, al frente de la Sección Paleontología del Museo Nacional, y luego en la dirección del mismo, quien transmitió el legado del sabio lujanense a una nueva generación que trabajó en este Museo hasta 1930: Lucas Kraglievich, Alfredo Castellanos, Carlos Rusconi y Lorenzo Parodi.

Primeras décadas del siglo XX en La Plata y Buenos Aires.

Kraglievich abandonó la carrera de ingeniería mecánica que tenía casi terminada para dedicarse a la paleontología. En 1912, seis meses después del fallecimiento de Florentino Ameghino, y en compañía del ingeniero Juan Carlos Ortúzar, realizó una expedición a Chubut y Santa Cruz, donde efectuó abundantes hallazgos paleontológicos. En 1916 ingresó en el Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires y a los tres años se lo nombró ayudante técnico en paleontología. Ocupó la dirección del Museo en 1925, y hasta 1929, la Jefatura de la Sección Paleontológica, en reemplazo de Carlos Ameghino. En 1931 se radicó en el Uruguay, falleciendo al año siguiente a la edad de 46 años. Kraglievich creó 21 familias y subfamilias de vertebrados y 74 géneros de mamíferos y aves. Al igual que Florentino Ameghino, fue por sobre todo un investigador de gabinete, ya que su trabajo de campo fue limitado si se lo compara al de Carlos Ameghino y Santiago Roth.

Castellanos, Rusconi y Parodi dan los primeros pasos en su carrera científica junto con Kraglievich. La mala relación con Martín Doello Jurado, director del Museo de Buenos Aires, no sólo determinó la radicación de Kraglievich en el Uruguay, sino también la de Castellanos y Rusconi en el interior del país, donde crearon importantes centros paleontológicos. Parodi, por el contrario, y luego de un período en que se desempeñó en el Jardín Zoológico, se incorporó en 1937 a la Sección Paleontológica del Museo de La Plata como preparador. Provenía de una familia en la que había varios aficionados a la paleontología. Nadie -posiblemente en el mundo- llegó a superar el nivel de conocimientos empíricos al que había llegado Parodi.

Durante su estadía en Buenos Aires hacía competencias con Kraglievich para ver quién reconocía un resto fósil más rápidamente. Una de esas competencias consistía en colocar las manos detrás del cuerpo e identificar un hueso al tacto. En contraste con sus extraordinarios conocimientos empíricos, la producción científica de Parodi fue escasa.

Castellanos creó un centro de investigaciones sobre paleontología de vertebrados en el Instituto de Fisiografía de la Universidad del Litoral, en Rosario. Realizó importantes labores de campo en las provincias de Córdoba, Catamarca, Tucumán y Santa Fe, en las que descubrió nuevos yacimientos de vertebrados del Cenozoico. La producción de Castellanos está dedicada especialmente a los edentados acorazados -armadillos y gliptodontes-, a la estratigrafía y a la paleoantropología.

Desde 1930, año en que se aleja del Museo Nacional en solidaridad con Lucas Kraglievich, Rusconi no vuelve a tener contacto con esta institución ni con el Museo de La Plata. Creó la revista Ameghinia, y luego el Boletín Paleontológico de Buenos Aires. En el tomo X de las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, impreso en 1937, publicó "Contribución al conocimiento de la geología de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores y referencia de su fauna", basado en un extenso trabajo de campo realizado entre 1918 y 1936 en las obras portuarias, en excavaciones para las líneas de subterráneos, de centrales eléctricas, de Obras Sanitarias de la Nación y de grandes edificios, y la rectificación del Riachuelo.

En 1937 se trasladó a Mendoza, donde fue nombrado director del Museo de Historia Natural "Juan Cornelio Moyano". A partir de entonces realizó una importante actividad científica en la que dio a conocer la existencia de faunas de vertebrados mesozoicos y cenozoicos de la provincia de Mendoza. Los hallazgos de vertebrados triásicos y jurásicos que efectuó en esta provincia hacen que se dedique principalmente al estudio de los peces, anfibios y reptiles terrestres y marinos que poblaron la región cuyana. En el Museo de La Plata, mientras tanto, la actividad paleontológica es mantenida por Santiago Roth hasta 1924, año en que fallece.

Roth efectuó importantes trabajos de campo y varias publicaciones sobre ungulados, trabajando en estrecha conexión con Lucas Kraglievich, que entonces se desempeñaba en el Museo de Historia Natural de Buenos Aires. A la muerte de Roth, Kraglievich no acepta la jefatura de la Sección Paleontología que le ofrece Luis María Torres, el entonces director del Museo de La Plata.

Por este motivo, Torres contrató en 1925 al mastozoólogo -zoólogo especializado en mamíferos- español Ángel Cabrera como jefe del Departamento de Paleontología y profesor de Paleontología, quien estaba a cargo de la Sección de Mamíferos del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Cabrera, por su condición de zoólogo, introdujo un nuevo enfoque en el estudio de los vertebrados fósiles, rompiendo las fronteras que separaban a la paleontología de la zoología. Su labor como paleontólogo se caracterizó por una metodología eminentemente biológica, desvinculada en cierta medida de los problemas geológicos. En la Argentina, fue el primer paleontólogo que pudo encarar con igual profundidad tanto el estudio de los mamíferos como el de los peces, anfibios, reptiles y aves.

Por otra parte, nuevamente en Buenos Aires, con el alejamiento de Kraglievich, Castellanos, Rusconi y Parodi, comienza en el Museo Argentino de Historia Natural la actividad de Alejandro Bordas y, posteriormente, de Noemí Violeta Cattoi. Estos investigadores realizaron una importante labor en la organización de la Sección Paleontología de Vertebrados de la nueva sede del Museo, en el Parque Centenario, que incorpora la colección Ameghino. Con los trabajos de Bordas y Cattoi, el Museo Argentino de Historia Natural se dedicó predominantemente a la paleomastozoología. Cattoi llegó a ocupar el cargo de jefa de la Sección Paleozoología -Vertebrados-, y desde 1948, hasta el momento de su muerte, fue profesora de Geología y de Paleontología en el Instituto Superior del Profesorado de esta ciudad.

Osvaldo Reig y la Asociación Paleontológica Argentina.

Por causa de su desentendimiento con las nuevas autoridades, Bordas se retira del Museo de Buenos Aires, e inician sus actividades Jorge Lucas Kraglievich -hijo de Lucas Kraglievich- y Osvaldo Reig. Jorge Kraglievich publicó sus primeras investigaciones a los dieciséis años. En las décadas de 1940 y 1950 publicó varios trabajos sobre mamíferos fósiles, producción que decrece notablemente más tarde debido a su afección a las bebidas alcohólicas.

Osvaldo Reig se inclinó por el estudio de los fósiles desde muy joven, compartiendo estas precoces inquietudes con Jorge Lucas Kraglievich. A la edad de 17 años fue designado secretario científico del Museo Municipal de Ciencias Naturales y Tradicional de Mar del Plata y comenzó la organización y la determinación de las ricas colecciones, tarea que luego continuó Jorge Kraglievich. Este Museo se fundó en la década de 1940 a partir de las colecciones de Lorenzo Scaglia, quien logró reunir, en su chacra de las afueras de Mar del Plata, una importante muestra de los mamíferos extinguidos de la región. Galileo, uno de los hijos de Lorenzo Scaglia, se hizo cargo de la continuidad del Museo y fue quien designó a Reig como su secretario científico.

Debido a sus convicciones políticas, Reig debió abandonar sus estudios en la Universidad Nacional de La Plata y continuó sus investigaciones paleontológicas en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, y luego en el Instituto Miguel Lillo de Tucumán. Entre 1960 y 1966 se desempeñó como profesor de Vertebrados en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Alejado de la Argentina después del golpe militar de 1966 que derrocó al presidente Arturo Illia, se incorporó sucesivamente a la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela, a la Universidad Austral de Chile, a la Universidad de los Andes y a la Universidad Simón Bolívar. En 1966 trabajó en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard y en 1972 en el Museo Británico, donde obtuvo el título de PhD en el área de Zoología y Paleontología. En 1984 volvió a la Argentina como profesor titular del Departamento de Ciencias Biológicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeñó hasta su fallecimiento, ocurrido en 1992. Reig fue uno de los más destacados biólogos evolutivos de América del Sur. Su trabajo de investigación se inició con el estudio de roedores, marsupiales y anuros fósiles. En 1957 y 1961 publicó las descripciones de los anuros fósiles más antiguos conocidos hasta entonces. Su inquietud por los aspectos sistemáticos y evolutivos lo llevó al estudio de la anatomía de los anuros actuales, para pasar desde 1965 al estudio evolutivo y genético de los roedores. En 1955, junto con otros investigadores, fundó la Asociación Paleontológica Argentina, la que presidió entre 1957 y 1959.

En la vieja imprenta Coni de la calle Perú -en la ciudad de Buenos Aires-, y en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, se reunían Reig, Pedro Stipanicic y Armando Leanza con el fin de crear una asociación de paleontólogos. Pronto se sumaron al grupo Carlos Menéndez, Rosendo Pascual, Horacio Camacho, Noemí Cattoi, Hildebranda Castellaro, Andreína de Ringuelet y Raúl Ringuelet. De esta forma, el 25 de noviembre de 1955, y bajo la presidencia de Armando Leanza, inició sus actividades la Asociación Paleontológica Argentina, que dos años después -el 22 de enero de 1957- comenzó a publicar Ameghiniana, revista científica cuyo prestigio es reconocido internacionalmente.

Entre 1946 y 1947, en el Museo de La Plata se produjo el alejamiento, por razones exclusivamente políticas, de Ángel Cabrera. Como consecuencia, faltó por un lapso relativamente largo un docente especialista en paleontología de vertebrados en la institución. Recién en 1957, Rosendo Pascual, que había actuado como auxiliar docente, se hizo cargo en forma interina de la cátedra de Paleontología y simultáneamente de la División Paleontología Vertebrados y a partir de 1959 hasta hoy, del actual Departamento Científico Paleontología Vertebrados. Pascual se doctoró en Ciencias Naturales en 1949 con una tesis sobre observaciones geológicas en la Alta Cordillera de Mendoza. Presidió la Asociación Paleontológica Argentina en dos oportunidades: en los períodos 1961-1963 y 1973-1975; durante el segundo período organizó el Primer Congreso Argentino de Paleontología y Bioestratigrafía, realizado en San Miguel de Tucumán en 1974. Pascual se dedicó casi exclusivamente al estudio de los mamíferos del Terciario y del Mesozoico. Junto con otros paleontólogos del Museo de La Plata describió los restos de un primitivo mamífero del Paleoceno, al que denominó Sudamerica ameghinoi, que formaba parte del primer grupo conocido de mamíferos derivado de antepasados originarios de Pangea, el supercontinente que existió en el Triásico, que incluyó todas las tierras emergidas de la época, entre las que se encontraba Gondwana, el supercontinente que contenía la actual América del Sur a mediados del Mesozoico. En los mismos sedimentos en los que se descubrió a Sudamerica apareció también un único molar del primer ornitorrinco hallado fuera de Oceanía, al que Pascual bautizó como Monotrematum sudamericanum, el monotrema sudamericano.

Carreras universitarias en Paleontología de Vertebrados.

La carrera de Licenciatura en Paleontología de Vertebrados se creó en La Plata en 1959, principalmente a instancias de Rodolfo Casamiquela. Entre los primeros egresados del país en esta disciplina se encuentran Jorge Zetti y Eduardo Pedro Tonni. Zetti realizó algunas investigaciones sobre mamíferos fósiles -su primera publicación apareció en Ameghiniana en 1964- y sobre poblaciones de peces. Colaboró con el Museo Municipal de Ciencias Naturales de Mercedes hasta 1967 y en 1972 se doctoró, bajo la dirección de Rosendo Pascual. Pocos años después falleció. Tonni abordó varias temáticas, como el estudio de aves cenozoicas, la paleontología arqueológica, la paleoclimatología y la bioestratigrafía. En la década de 1970, Tonni hizo las primeras investigaciones de la Argentina sobre la fauna de vertebrados asociada a los yacimientos arqueológicos y comenzó sus trabajos sobre las condiciones climáticas y ambientales del Cuaternario, principalmente de la provincia de Buenos Aires, sobre la base del registro de mamíferos y otros vertebrados. Estos estudios paleoclimáticos y paleoambientales los continúa actualmente junto a Alberto Cione. Estos investigadores propusieron en la década de 1990 un nuevo esquema bioestratigráfico para el límite entre el Terciario y el Cuaternario.

Del grupo inicial de alumnos de Paleontología en el Museo de La Plata, muchos abandonaron los estudios formales. Este es el caso de Casamiquela, Dolores Gondar, Enrique Ortega Hinojosa y Juan Arnaldo Pisano. Casamiquela fue pionero en América Latina en icnología, el estudio de huellas fósiles. En 1964 publicó Estudios Icnológicos, una obra de más de doscientas páginas dedicada a las pisadas de reptiles y mamíferos mesozoicos de la Patagonia. En 1974 describió una serie de pisadas de un megaterio descubierta en la margen septentrional del río Negro, al sur de la provincia de Buenos Aires, y de su estudio concluyó que este gigantesco mamífero extinguido podía caminar en posición bípeda. Organizó un museo regional en Jacobacci, provincia de Río Negro, en el que concentró material paleontológico de la zona. Cuando comenzaba a destacarse como paleontólogo, Enrique Ortega Hinojosa terminó como guerrillero en Bolivia con el nombre de Víctor Guerra y murió durante la última etapa de la guerrilla comandada por Ernesto "Che" Guevara en ese país. Pisano era oriundo de Mercedes, provincia de Buenos Aires.

En 1947, junto con un grupo de jóvenes mercedinos integrado por José Fernando Bonaparte, Rodolfo Capaccio, Albor Ungaro, Aníbal Cueto, Ítalo Landi y Octimio Landi, fundó el Museo Popular de Ciencias Naturales "Carlos Ameghino", que inicialmente funcionaba en el salón de actos que poseía la Casa del Pueblo del Partido Socialista. Este fue el antecedente del Museo Municipal de Ciencias Naturales y Tradicional de Mercedes, creado en 1965, cuyo primer director fue Pisano, quien falleció a los pocos días y fue reemplazado por Jorge Luis Petrocelli, que lo dirige desde entonces.

Unos años después que Tonni y Zetti egresó Gustavo Scillato-Yané, considerado como uno de los mayores especialistas en edentados o xenartros, el grupo de mamíferos que incluye a los armadillos, gliptodontes, osos hormigueros y a los grandes perezosos terrestres extinguidos y a los perezosos arborícolas. Sus investigaciones se centran principalmente en la sistemática.

El primer paleontólogo de vertebrados del noroeste argentino es Jaime Eduardo Powell, egresado de la Universidad Nacional de Tucumán. Powell, que se desempeña en el Instituto Miguel Lillo, se dedicó principalmente al estudio de los dinosaurios, aunque también realizó importantes contribuciones a la paleomastozoología. Este instituto fue creado por la Universidad Nacional de Tucumán sobre la base del legado del naturalista tucumano Miguel Lillo, un autodidacto que se dedicó a la botánica, zoología y meteorología. Al fallecer en 1931, Lillo lega a la Universidad sus importantes colecciones botánicas, ornitológicas y entomológicas, así como su biblioteca, la casa quinta en la que están instaladas y una importante suma de dinero para su conservación. Desde entonces, el Instituto realiza una intensa actividad científica, editando varias publicaciones, como Acta Geológica Lilloana, que incluye importantes contribuciones a la paleontología.

El Laboratorio de Vertebrados Fósiles del Instituto Miguel Lillo nucleó a figuras excepcionales, como José Bonaparte, Galileo Scaglia y Osvaldo Reig. Scaglia, a pesar de no haber sido un investigador científico, colectó fósiles en forma continua en las barrancas de la región de Chapadmalal -al sur de Mar del Plata-; exploró con Reig los depósitos terciarios de Chubut, Santa Cruz y de Chasicó, y los triásicos de Ischigualasto, que ambos empezaron a recorrer en 1958. Su Museo de Mar del Plata atrajo a científicos de todo el mundo, como George Simpson, Bryan Patterson, Gordon Edmund, Robert Hoffstetter y Larry Marshall.

Bonaparte realizó más de cien trabajos de investigación en vertebrados mesozoicos, entre los que se encuentran mamíferos primitivos y sus ancestros, los cinodontes. En 1985 describió al primer resto de un mamífero cretácico de la Argentina, Mesungulatum houssayi -que significa ungulado mesozoico dedicado a Houssay-, representado por la corona de un único molar. En una campaña a Neuquén del Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Rivadavia", organizada por Bonaparte, se descubren los restos de nueve ejemplares de un mamífero cretácico -Vincelestes neuquenianus, dedicado al técnico Martín Vince-, los más completos conocidos en la Argentina para un mamífero mesozoico. En Chubut descubre el yacimiento paleoceno de Punta Peligro, donde más tarde se hallaría el diente del primer ornitorrinco hallado fuera de Oceanía. En el Museo Argentino de Ciencias Naturales, Bonaparte formó profesionalmente a un grupo de jóvenes colaboradores. Capacitó a sus discípulos tanto en las duras labores de campo como en las delicadas tareas de preparación de los materiales recolectados y en su exhaustivo estudio.

La Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires no posee una tradición en paleontología de mamíferos como la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata. Sin embargo, algunos de sus egresados, como Miguel Fernando Soria (h), se destacaron en esta disciplina. Soria desarrolló una intensa labor durante diez años en el Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Rivadavia" hasta que falleció en 1990, a la edad de 37 años, como consecuencia tardía de un accidente automovilístico. Se dedicó a estudiar principalmente la diversidad y la evolución de los ungulados -mamíferos con pezuñas- fósiles sudamericanos, como los astrapoterios, xenungulados y notoungulados.

Otro científico brillante que falleció tempranamente -en 1988, a los 36 años- fue Juan Carlos Quiroga, recibido de médico en la Universidad Nacional de La Plata y posteriormente de Doctor en Medicina con una tesis sobre la evolución del cerebro de los reptiles mamiferoides -cinodontes- del Triásico. Quiroga nunca ejerció la medicina. Trabajó en el Museo de La Plata, donde se especializó en estudios paleoneurológicos a partir de moldes endocraneanos, naturales y artificiales, de mamíferos fósiles.

Su labor, pionera en la Argentina, es continuada por su discípula, María Teresa Dozo, egresada de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de La Plata y que actualmente se desempeña en el Laboratorio de Paleontología del Centro Nacional Patagónico en Puerto Madryn, Chubut. La tesis doctoral de Dozo, presentada en 1992, trató sobre estudios paleoneurológicos en edentados. Otro investigador que realizó estudios paleoneurológicos fue Adan Tauber, del Museo de Paleontología de la Universidad Nacional de Córdoba. En 1991 publicó la descripción del molde endocraneano, obtenido artificialmente, de un mono del Mioceno temprano de la provincia de Santa Cruz, el Homunculus patagonicus.

Este estudio aportó algunos indicios sobre las relaciones filogenéticas y los hábitos de ese pequeño primate patagónico. Sergio Vizcaíno, Alfredo Carlini y Marcelo Reguero, del Museo de La Plata, fueron los primeros investigadores argentinos que describieron un mamífero fósil continental proveniente de la Antártida. El fósil era un fragmento mandibular de un marsupial emparentado con las comadrejas, hallado en 1987 en sedimentos marinos del Eoceno tardío de la isla Vicecomodoro Marambio. Vizcaíno además es pionero en la Argentina en biomecánica. Su primer trabajo en esta nueva disciplina, aparecido en 1994 en Ameghiniana, tuvo como finalidad inferir los principales movimientos en la actividad masticatoria de un armadillo del Mioceno temprano de la Patagonia y conjeturar acerca de sus exigencias alimentarias.

Seguramente el mayor reto para los paleomastozoólogos argentinos del próximo milenio será desentrañar los complejos árboles genealógicos de los mamíferos de América del Sur. Para ello será necesario un intenso trabajo de campo que permita descubrir nuevos yacimientos paleontológicos de épocas de las que hoy no se tienen registros de mamíferos fósiles, complementada con una no menos ardua labor en los gabinetes. De estos trabajos de campo también se beneficiarían otras líneas de investigación, como los estudios paleoambientales y paleoclimáticos, que ayudarán a pronosticar la evolución futura del clima del planeta.

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La búsqueda de la primera flor.

Por Ricardo Pasquali. Fragmento del articulo publicado originalmente en www.leloir.org.ar

Las plantas con flores, denominadas científicamente angiospermas, dominan la vegetación de la mayor parte de los ecosistemas terrestres. Esta superioridad se debe a una evolución conjunta de sus flores y frutos con animales polinizadores y dispersadores de sus semillas.

Las angiospermas son un grupo de vegetales formado por unas 300.000 especies vivientes, superando ampliamente a los otros grupos de plantas terrestres. La principal característica de este tipo de plantas es el hecho de que sus óvulos y semillas no están expuestos directamente al aire, como sucede con el otro grupo de vegetales con semillas, las gimnospermas.

Los estudios realizados a partir de la década de 1960 sugieren que todas las plantas con flor descienden de un mismo antepasado y que las primeras en aparecer pertenecían al grupo que incluye, entre otros vegetales, a las magnolias, el pimientero y el laurel.

Evolución de las plantas con flores.

De acuerdo con el doctor David Dilcher, paleobotánico de la Universidad de Florida, en la historia de las angiospermas hay tres etapas importantes que están relacionadas con distintas estrategias reproductivas.

La primera etapa transcurrió en los primeros 80 millones de años. En esa época, las flores tenían una simetría radial, como las rosas y margaritas, y la polinización sólo se realizaba a través de insectos y por la acción del viento. Atraían a esos animales con sus colores brillantes, sus fragancias y su néctar.
   
De acuerdo al registro fósil, al final del Mesozoico aparecieron flores con simetría bilateral, como la que poseen las orquídeas y las leguminosas. El cambio, que corresponde a la segunda etapa de la evolución de las angiospermas, parece haber sido estimulado por el potencial para atraer polinizadores efectivos y probablemente evolucionó varias veces y de forma independiente en los distintos grupos de angiospermas. Este tipo de flores no sólo atraen a los insectos, sino que también, debido a su forma tubular, les hallanan el camino para ingresar a su interior. La innovación hizo que las flores determinen el comportamiento de los insectos, maximizando el potencial para la transferencia del polen. En esta etapa se agregan a la lista de polinizadores las aves y mamíferos como los murciélagos.

Hasta el final de la era Mesozoica los frutos y las semillas de las angiospermas eran pequeños y poco llamativos. Paralelamente a la gran diversificación de aves y mamíferos que se produjo en la era Cenozoica, los frutos y las semillas evolucionaron a formas grandes y atractivas. Los nogales, duraznos, ciruelas, frutillas y avellanas son todos producto de la coevolución de animales y plantas. En esta tercera etapa de la historia de las angiospermas, las plantas ofrecen comida como un premio a los animales que los visitan y transportan sus genes a cierta distancia.

La angiosperma más antigua.

En 1998, Dilcher, junto con los investigadores chinos Ge Sun, Shaoling Zheng y Zhekun Zhou, describieron la más antigua de las angiospermas conocidas, que fuera descubierta en la provincia de Liaoning, al noreste de Beijing. En su momento, se le atribuyó una antigüedad de unos 140 millones de años, pero una nueva datación realizada al año siguiente de la publicación del trabajo, dio para los estratos portadores, y por lo tanto para esta planta ancestral, una edad de 125 millones de años.

Las plantas con flor más antiguas de la Argentina.

Los estudios realizados por Dilcher, junto con el doctor Edgardo Romero, de la Universidad de Buenos Aires, permitieron demostrar que unas hojas fósiles, descubiertas en la década de 1980, correspondían a la angiosperma más antigua de la Argentina. Las evidencias de esta primitiva planta fueron halladas en una cantera abandonada de la sierra El Gigante, en el noroeste de la provincia de San Luis, por el doctor Mario Hünicken, de la Universidad Nacional de Córdoba.
   
Las lajas en las que se encuentran estos antiguos vegetales se originaron a partir de sedimentos depositados hace unos 115 millones de años en el fondo de un antiguo lago, hoy inexistente.

Estos vegetales del pasado se fosilizaron por compresión y momificación. En la compresión, la planta es cubierta por los sedimentos en un medio acuoso y las sustancias orgánicas presentes en el vegetal, principalmente celulosa y lignina, después de un tiempo se convierten en carbón. Como consecuencia de ello, la materia orgánica se preserva como una capa carbonizada. La momificación se produce en ciertas partes de las plantas, como la cutícula que cubre la epidermis, que tienen componentes orgánicos resistentes a la oxidación.

Este es el segundo hallazgo de angiospermas del Cretácico temprano que se realiza en el país. En 1986 Romero y el doctor Sergio Archangelsky, del Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Rivadavia", anunciaron, en la revista científica estadounidense Science, el descubrimiento de unas hojas fósiles halladas en la provincia de Santa Cruz que poseían una antigüedad similar a las de San Luis.

La coevolución de plantas y animales.

Las plantas angiospermas evolucionaron de forma tal que sus flores adquirieron ciertas características, como pétalos vistosos y aromas, que atrayeron a los animales que las polinizan. La recompensa que obtienen estos últimos es el néctar, una solución azucarada producida por unas glándulas florales llamadas nectarios. A su vez, los animales polinizadores evolucionaron en forma conjunta con las plantas para poder llegar hasta el néctar, un alimento rico en energía.

Debido a que la mayor parte de los insectos perciben bien los colores violeta, azul y amarillo, las flores polinizadas por estos animales suelen tener esos colores. El color rojo no es percibido por la mayor parte de los insectos, pero sí por ciertas aves polinizadoras como los colibríes. Debido a que estas aves tiene poco desarrollado el sentido del olfato, las flores que dependen de ellas para su polinización suelen carecer de olor.

Muchas flores adquirieron marcas llamativas para los insectos, que los dirigen hacia el centro, donde se localizan los granos de polen y el néctar. A veces, estas marcas son invisibles para los humanos debido a que su "color" se encuentra en la región ultravioleta.
   
Otra estrategia que desarrollaron las angiospermas para atraer a los insectos es la producción de un fuerte olor, no siempre agradable. Así, ciertas flores huelen a carne en estado de putrefacción, lo cual atrae a las moscas que, al intentar depositar sus huevos en ella, transfieren granos de polen.

Los animales polinizadores y las plantas a las que polinizan se adaptaron mutuamente entre sí desarrollando estrechas relaciones de interdependencia. A este fenómeno se lo conoce como coevolución. En ciertos casos la interdependencia entre el polinizador y la planta es tan especializada que si se extingue una, lo mismo le sucede a la otra. Otra forma de coevolución entre plantas y animales es la dispersión de las semillas a través de los excrementos de estos últimos. En este caso, en general la interdependencia no suele ser tan específica como en los polinizadores.

Sería difícil imaginarse un mundo sin flores. Los únicos árboles serían los pinos, ginkgos, cicas y helechos gigantes. Entre los arbustos habría helechos y licopodios medianos y el lugar de las hierbas estaría ocupado por musgos, hepáticas y helechos y licopodios pequeños. No existirían abejas ni saborearíamos su miel; no habría mariposas ni colibríes que nos alegren con su presencia. Tampoco existirían los pastos ni los animales que de ellos se alimentan; ni cereales para hacer harina; ni roble, algarrobo y cedro que nos provean de madera; ni plantas aromáticas para hacer perfumes; ni especias para las comidas; ni frutos para alimentarnos; ni algodón; ni lana, ya que tampoco habría ovejas.

Además del interés científico, posiblemente el objetivo de la búsqueda de la primera flor sea también una forma de brindar homenaje a aquella primera especie que dio origen a gran parte de la biodiversidad que reina en el planeta.

 


160 aniversario del Natalicio de Francisco Pascasio "Perito" Moreno.

Magnussen Saffer, Mariano (2012). 160 aniversario del Natalicio de Francisco Pascasio "Perito" Moreno. Paleo, Revista Argentina de Paleontología. Boletín Paleontológico. Año 10. 71: 19-27.  marianomagnussen@yahoo.com.ar

Francisco Pascasio Moreno, nació el 31 de mayo de 1852 en la Capital Federal. Sus padres fueron Francisco Facundo Moreno y Juana Thwaites quienes lo bautizaron el 29 de octubre. Su hermana mayor recibió el nombre de Juana y sus tres hermanos menores fueron llamados Josué, Eduardo y Maruja. Su padre tuvo una enorme influencia sobre él al enseñarle las letras y su amor a la naturaleza, cosa que definiría el rumbo de su vida.

Su patriotismo nace en sus primeros años de vida. Estuvo muy enfermo durante la guerra del Paraguay y veía a su madre, que junto con parientes y amigas, hacían "hilas", y vendas para los heridos, oyendo además los comentarios sobre las familias enlutadas y los actos heroicos realizados por nuestras tropas. Todo esto, fue trabajando en su mente, alimentada después por los motivos de guerra, que leía con avidez y su mayor emoción, fue el ver pasar por la calle Florida, al son de marchas militares, los restos del sexto de línea, frente a los curiosos que los miraban con indiferencia. Fue tal el impacto que esto causó en él que toma la resolución de servir a su patria a la medida de sus fuerzas.

En 1863 ingresó al colegio San José de los Padres Bayoneses donde estuvo pupilo tres años. Durante el tiempo que estuvo internado no se destacó como alumno estudioso. Continuó sus estudios en el colegio Catedral del Norte. Entró allí debido a la amistad que su padre mantenía con Sarmiento. Como el colegio no enseñaba Ciencias Naturales, Francisco Facundo Moreno, su padre, lo llevaba al río y a Palermo a juntar elementos, los cuales serían los primeros objetos de su propio museo. Su padre les regala a los tres hermanos el mirador de su casa en agosto de 1866 para allí instalar el primer museo.

El 27 de Diciembre de 1867 muere la madre, Juana Thwaites, víctima de cólera, enfermedad que padecía hacía bastante tiempo y se había agudizado en los últimos dos meses.

En el año 1868 sus hermanos se desvinculan del museo familiar, quedando éste a su cargo. Los distintos objetos que allí se exhibían, algunos de gran importancia geológica, fueron repartidos equitativamente. En el mismo año fueron recibidas las primeras donaciones por parte de Mariquita Sánchez de Thomson.

Ya en 1870 la familia se muda a la quinta de parque Patricios. Allí pudieron gozar de mayores comodidades y Francisco Pascasio realizar sus estudios en mayor tranquilidad. En ese mismo año escucha hablar por primera vez de Luis Piedrabuena y se ve totalmente anonadado por la emblemática precisión y certeza de su labor en la materia.

Llegando a 1871 comienza la expansión de la amenaza de la fiebre amarilla. Se mudan a la estancia de León Gándara, esposo de Francisca, la hermana de Francisco Facundo Moreno. Ese mismo año Francisco Pascasio Moreno realiza las primeras exploraciones entre los lagos Chascomús y Vitel. Los peones le habían hablado sobre osamentos llamados "Luces Malas", lo que lo llevó a conjeturar que esas fosforescencias podrían indicar un yacimiento fosilífero. Allí dedican dos días a la clasificación de todos los huesos.

En 1872 ingresa a la compañía de seguros "La Estrella" (que había sido fundado por su padre) pero se da cuenta de que no era su verdadera vocación. Su padre lo entiende y lo apoya en su profundo y esencial discernimiento regalándole un edificio de 200 m2 para su propio museo (fundado a los veinte años de edad).

En 1874 se embarca en el "Bergatín Rosales" de la Armada a Santa Cruz con el objetivo de explorar las tierras donde se habían establecido los chilenos. El barco llega hasta la desembocadura del río Santa Cruz.

Junto con Carlos Bergatín y el guardiamarina Carlos María Moyano, se internan en Santa Cruz y Río Negro, donde encuentran una tribu aborigen que mantenía viejas costumbres de un tiempo remoto, con vestigios de una vida anterior a la llegada del hombre blanco. Moreno hizo acopio de una gran cantidad de objetos de habitantes primitivos.

En diciembre llega a su fin la expedición luego de 5 meses. Vuelven a Buenos Aires debido a una revolución que al llegar ya había sido sofocada.

Viaja a Entre Ríos para comparar la formación terciaria de las barrancas del Paraná con la de las Patagonia. Francisco Pascasio Moreno no sólo intenta explorar la Patagonia sino, también, integrarla al país que está ajeno a su existencia. Ya en el año 1875 luego de una arduo trabajo logra persuadir a la Sociedad Científica Argentina para que le dé el dinero necesario para su nueva expedición a la Patagonia. Su objetivo era cruzar los Andes por el Nahuel Huapi y llegar a Chile en un camino inverso al de Guillermo Cox. Buscaba un paso entre el Nahuel huapi y Valdivia para unir el Atlántico con el Pacífico.

Para hacerlo debía encontrar al Cacique Saihueque quien era el dueño del paso a Chile. En el recorrido bordeó el río Limay, pasó por las barrancas de Chacón Geyú, cruzó el Cumlelfen, en la Pampa rosada y la región Manzanageyú o País de las Manzanas. Al llegar a la Collón Curá y Neumuco, envió un mensaje al cacique quien lo invitó a su territorio. Francisco Pascasio Moreno es recibido por un coro de mujerers y se presenta frente a Sayhueque, quien demuestra ser muy sabio. El joven explorador no sólo traspuso una frontera geográfica sino también la de una cultura inexplorada. Moreno gozó de la hospitalidad de Sayhueque, quien se consideraba señor de la tierra y cacique principal de toda la Patagonia.

Se presenta al consejo de los viejos jefes para explicar los motivos por los que deseaba ir a Chile. Aduce que sólo de sea conocer lo que hay allí pero los caciques pensaban que Francisco Pascasio tenía la intención de ocupar su territorio. Tenían arraigada la idea de que todo cristiano engañaba y mataba a todos los que los ayudaban.

En un momento de la discusión, Yanyarique, el cacique de las nueve mujeres, lo acusó de mentiroso y lo desafió a que midieran sus fuerzas. Francisco Pascasio dejó de lado el temor y se enfrentó al cacique, quien no pudo arrancar del caballo al joven explorador.

Aunque realizó grandes esfuerzos le negaron pasar a Chile por el camino de la cordillera. No obstante, Moreno no desistió en su empeño de explorar el territorio. Era necesario, en sus palabras "Conocer esos territorios hasta sus últimos rincones y convencer con pruebas irrecusables a los incrédulos y a los apáticos, del gran factor que para nuestra grandeza sería la Patagonia apreciada en su justo valor".

Es por ello que se hizo amigo del cacique Ñancochenque, quien lo invitó a sus toldos. Recorrió los bosques de Pehuen y descubrió la fitarroya patagonica.

Luego Moreno retornó a Caleufú a los toldos de Sayhueque para que este autorizara el paso al Nahuel Huapi. El 22 de enero de 1876 se convierte a los 23 años en el primer blanco que llega al Gran Lago desde el Atlántico. Aunque está conmovido por la belleza del paisaje, no olvida tomar posesión simbólica del lugar, haciendo reflejaran en las aguas del Nahuel Huapi los colores de nuestra bandera. Desea afirmar en ese territorio la soberanía de nuestro país. Luego de unos días emprende su vuelta.

Al llegar a Chichinal se entera que pronto habría un malón. Por ello el regreso se convierte en una desesperada carrera contra la muerte ante al inminencia de una invasión indígena, y llega a Buenos Aires tres días antes de que se produjera el malón que costó cientos de vida y centenares de miles de cabezas de ganado. No repuesto aún de esta experiencia Moreno viaja a Catamarca y Santiago del Estero.

"Mar interno, hijo del manto patrio que cubre la cordillera en la inmensa soledad, la Naturaleza que te hizo no te dio nombre; la voluntad humana te llamará desde hoy Lago Argentino."

En 1879 es nombrado jefe de la Comisión exploradora de los Territorios del Sur por el Gobierno Nacional presidido por Avellaneda. Entre otros mandatos, debía estudiar lugares posibles para la colonización, recorrer la costa entre los ríos Negro y deseado, localizar los yacimientos de nitrato y estudiar los aspectos geológicos del trayecto con vistas a la futura construcción de una línea férrea que uniera al Atlántico con el Pacífico a través de la Patagonia. Le otorgaron un barco "El vigilante" para realizar una expedición al Sur.

El 18 de febrero de 1874 comienza la conquista del Desierto. Sale la primere división desde azul al frente de julio Argentino Roca, ministro de guerra. Lo secunda el Coronel Villegas. Ellos junto con 6000 hombres se desplazan hasta las márgenes de los ríos Negro y Neuquén. Sus objetivos eran terminar con la dominación indígena y, a la vez, afirmar la soberanía sobre Chile. Francisco Pascasio Moreno al mismo tiempo se dirigía hacia el sur junto con una tripulación que no respetaba sus ideales.

Discutía con sus compañeros de viaje ya que éstos estaban entusiasmados con una guerra que èl consideraba injusta. Moreno, que había vivido con los indios, se sentía culpable por pertenecer, inevitablemente, al bando enemigo. Años más tarde, al recordar esa guerra, escribió: "Tengo la seguridad de que bien en esa ocasión pudo evitarse el sacrificio de miles de vida; por supuesto muchos más de indios que de cristianos...Durante esa lucha se realizaron matanzas inútiles de seres que, creyéndose dueños de la tierra, la defendían de la civilización invasora." Ahora estaba otra vez en tierra de indios. Navega el río Negro aguas arriba en un tramo de 450 kilómetros, hace relevar la costa del Golfo San Matías, levantar la carta del puerto de San Antonio y efectuar perforaciones en busca de agua potable.

Finalmente emprende viaje a caballo hacia la cordillera, siguiendo a la inversa el trayecto efectuado por Musters en 1870. Pasa por el Bajo del Gualicho y Valcheta, visita al cacique Sinchel, llega a Maquinchao, recorre el valle de Cholila, El Maitén, y la pampa donde hoy se halla Esquel, y por último llega a la toldería de sus amigos Inacayal y Foyel, en Tecka.

Luego de recorrer la región y sobrevivir a un intento de asesinato por envenenamiento, en el que no tiene tanta fortuna su acompañante Hernández, Moreno sigue viaje hacia el norte, al país de las Manzanas, y vuelve a recorrer el Nahuel Huapi donde bautiza el cerro López en honor a Vicente López y Planes, autor del Himno nacional, y el lago Gutiérrez en memoria de uno de los hombres que diera inspiración a su infancia: Juan María Gutiérrez. Mientras Moreno está dedicado a su objetivo, que es hallar el paso de Vuriloche que comunica con Chile, es rodeado por los indios y llevado a la toldería de Sayhueque y sus capitanejos. Luego de tres días Moreno es condenado a muerte. Se le arrancará el corazón y se lo clavará en una caña para ahuyentar a los malos espíritus.

Pero el cumplimiento de la sentencia es demorado por Sayhueque, y Moreno y sus dos acompañantes logran alcanzar, en una oscura noche, el río Collon Curá, y en una balsa precaria que

"Si un indio mata a un blanco es un salvaje, y si un blanco mata un indio es civilización"

construyen con unas ramas de sauce se lanzan a las aguas. Navegando de noche y escondiéndose durante el día bajan por el Collon Curá y el río Limay hasta las proximidades del Neuquén. Fueron seis días terribles. Finalmente el séptimo día llegan a la confluencia del Limay con el Neuquén. En esa increíble huida Moreno, junto con su vida y la de sus compañeros, salvó su diario y la bandera argentina.

El 11 de mayo de 1880 llega Moreno, que todavía no había cumplido 28 años de edad, a la Estación Central de Buenos Aires, siendo bajado del tren en camilla, pues sus piernas están llagadas y se halla debilitado por la fiebre.

Con este viaje concluyó una etapa en la vida de Moreno. Finalizaron las exploraciones realizadas sobre la base casi exclusiva de su esfuerzo personal.

En 1881 la "Societé de Géographis de París", lo nombra miembro y socio corresponsal, y le otorga la medalla de oro. En la Argentina, el Ministerio de Relaciones Exteriores le encarga realizar un mapa de la Patagonia y un informe sobre los límites con Chile. El hombre que regresaba de Europa, que pudo iniciar una vida académica sin sobresaltos, se metía de lleno en un conflicto que demandaría no sólo inteligencia, sino enormes esfuerzos.

En 1882 proyecta el futuro museo, viaja por la cordillera y se lo nombra oficial de la Academia de Instrucción Pública y Bellas artes. Vuelve a la Argentina y se produce en 1882 la fundación de la ciudad de la Plata que determinó la cesión del Museo Público de Buenos Aires al Gobierno Nacional.

En 1883 la Academia de Francia le otorga las Palmas Académicas y lo designa Oficial de esa institución. Un año después, la Sociedad Arqueológica de Chile lo nombra miembro correspondiente. Moreno dona 2000 volúmenes de su biblioteca al Museo de La Plata.

En 1885 se casa con María Ana Varela. En 12 años de matrimonio tienen siete hijos. El año de su casamiento es también el de la inauguración del Museo de la Plata. Moreno, que tiene entonces 32 años, es designado director de la nueva institución.

Buscaba con las exhibiciones del museo ejemplificar, no sólo la evolución de la naturaleza de acuerdo a las últimas teorías científicas, sino también las posibilidades que las riquezas naturales ofrecen al espíritu práctico y emprendedor.

En los 20 años en que Moreno se desempeñó como director del Museo, entre 1885 y 1905,la institución alcanzó proyección nacional e internacional. Francisco Pascasio se rodeó de un conjunto de técnicos y especialistas sobresalientes, con quienes realizó exploraciones de diferentes regiones del país. La obra realizada quedó documentada en las publicaciones del Museo, que comenzaron a imprimirse a partir de 1890. Así entre 1893 y 1895 el personal del Museo, recorrió, en las palabras de Moreno, "desde las heladas regiones de la Puna... hasta el Dpto. de san Rafael en la provincia de Mendoza, estudiando la geografía, la mineralogía y la geología... en las altas cumbres y en los vastos llanos y relevando por primera vez la fisonomía exacta de la orografía andina, hasta entonces desconocida", siendo de lamentar que esos estudios no se hubieran realizado antes "para haber evitado no pocos trastornos en el trazado de las fronteras internacionales".

A partir de 1896 Moreno se desempeñó simultáneamente como perito argentino en las cuestiones limítrofes con Chile, cargo que había rechazado en 1888 por considerar que no tenía méritos suficientes como para actuar al mismo nivel que Diego Barros Arena, perito por Chile.

Desde ese momento, Moreno orientó las actividades del Museo hacia la defensa de los intereses argentinos.

Hasta entonces los problemas fronterizos de la Argentina no encontraban soluciones adecuadas. El último arbitraje frente a Brasil había sido francamente desfavorable. Terminado este conflicto, surgía el de Chile, que no sólo reclamaba parte de la Patagonia, sino también por la demarcación fronteriza de Catamarca y la Punta de Atacama. En lo único que parecían ponerse de acuerdo chilenos y argentinos era la reafirmación de la soberanía argentina sobre el Atlántico y de Chile sobre el Pacífico.

"A partir de ese acuerdo podemos negociar", decía Moreno. Se trataba de trazar una línea divisoria en las altas cumbres, observando el curso de los ríos hacia el Atlántio y el Pacífico. Pero había que discutir sobre el terreno, no en especulaciones teóricas.

Las funciones de Perito Argentino en la cuestión limítrofe con Chile llevaron a Moreno, durante las postrimerías del siglo XIX, a efectuar numerosos viajes a Santiago de chile. En 1897 a lomo de mula, Moreno, su esposa y sus cuatro hijos acompañados por el Doctor Clemente Oneli, cruzan la cordillera de los Andes rumbo a Chile. El mismo año, muere en Chile su esposa, María Ana Varela, a los 29 años, víctima de la fiebre tifoidea. Es a ella a quien la Sociedad Chilena rinde con hidalguía sentido homenaje. Pero quedan en la mente de moreno las palabras pronunciadas por ella un mes antes de morir, cuando ya se encontraba gravemente enferma: "No abandones nuestra causa... sigue adelante y lucha hasta vencer. Con tu triunfo evitaremos la guerra."

Así entre 1897 y 1898 Moreno viaja repetidamente entre Argentina y Chile, sienta las base para el encuentro que los presidentes Roca y Errázuriz mantienen el 15 de febrero de 1899 en el Estrecho de Magallanes, y en pocos años reúne abundante información que significó el descubrimiento de numerosos lagos, varios ríos, canales, islas, cerros y cordones montañosos, que eran hasta ese entonces totalmente desconocidos.

La teoría de Moreno de que el límite con Chile debía ajustarse a la línea de las altas cumbres fue sustentada por un detallado estudio en el terreno a lo largo de toda la región limítrofe, estudio que no pudo ser igualado por los expertos chilenos.

Moreno recurrió a todos los medios imaginables para lograr su objetivo. Así contó con el testimonio de sus amigos los indios de Nahuel pan, y de los colonos galeses para retener la región de la Colonia 16 de octubre, y de un antiguo colaborador del Museo, Germán Koslowky, para que el valle de los Huemules, en las cabeceras del río Aisén quedase también en territorio argentino. En 1898 recibe una nueva distinción. Es nombrado por la "Geological Society of London" como miembro honorario correspondiente, y la Academia Americana de Política y Ciencias Sociales de Filadelfia lo designa miembro extranjero.

En 1899 se trasladó a Londres, junto a sus hijos, como asesor geógrafo del representante argentino. Desde allí escribe al presidente Roca: "Necesitamos hacer conocer el país en todo sentido. No tenemos aún el puesto que nos corresponde como nación americana y es un deber nuestro tratar de conseguirlo. Una vez que nos conozcan, seremos mucho más apreciados."

El mismo año de su viaje a Londres la Sociedad Geográfica Comercial de París le otorga la medalla Creveaux.

En 1900 Moreno regresa a la Argentina. Sir Thomas Holdich, el arbitro inglés, viaja en el mismo barco que Moreno y sus hijos, excepto el mayor, Francisco, que con 15 años de edad decide quedarse en la capital británica estudiando pintura. Durante el viaje, Moreno conversó largamente con el arbitro inglés y trató de conocer su opinión acerca del conflicto. Muy diplomático, Mister Holdich eludió una respuesta. Sin embargo en una ocasión, mientras ambos miraban el mar, acodados en la borda, Sir Thomas dijo "que todo cuanto gane el pie argentino al oeste de la división continental se deberá enteramente a usted".

En 1901 acompaña al Comisionado del Tribunal Arbitral, coronel Sir Thomas Holdich, en el reconocimiento que se realiza desde el Lago Lácar hasta el seno de la Ultima Esperanza.

En abril de 1902 se dirigió a Esquel con el objetivo de convencer a los galeses de la zona que permanecieran fieles al país que les dio abrigo. Exactamente el 30 de abril de aquel año, Francisco Pascasio logró que los galeses de la zona se pronunciaran a favor de nuestro país, manifestándose conformes con estar "bajo la bandera argentina". La preocupación central de Moreno en aquel tiempo era poder terminar con éxito las gestiones para solucionar el conflicto limítrofe con Chile. Durante todo el mes de abril no hizo otra cosa que dedicarse a ese asunto. En mayo regresó a Londres junto al arbitro inglés.

En 1903 sufre una terrible pérdida. El 26 de enero muere su hijo Florencio de tan solo 9 años. Utilizó el trabajo como método de ocupación y en unos meses recuperó su entusiasmo."

Ese mismo año el Congreso Nacional premia la labor de Moreno como perito y los trabajos que durante muchos años ha prestado gratuitamente a la Nación, otorgándole tierras en el territorio del Neuquén o al sur del río Negro.

Moreno ubica esas tierras en el extremo oeste del lago Nahuel Huapi y las dona a su vez a la Nación con el fin de que sean conservadas como parque natural. De esta manera el 6 de noviembre de 1903 la Argentina se convirtió en el tercer país del mundo, después de Estados Unidos y Canadá, en poseer un Parque Nacional.

Pero no contento con ello Moreno escribe al ministro chileno Vergara pidiéndole que su gobierno haga una reserva similar en las tierras chilenas ubicadas al oeste del Nahuel Huapi. Esta actitud de Moreno pone de relieve uno de sus aspectos menos conocidos: sus atributos de educador, de civilizador, y su amor a la humanidad.

En 1906, luego de retirado del Museo de la Plata, Francisco Pascasio se instaló con sus hijos en la Quinta de Parque Patricios. Abrió las puertas de la quinta Moreno para que los chicos de la "quema" puedan comer de los frutales allí existentes. Y luego, viendo la desnutrición que los aqueja, a habilitar una gran cocina en la que se llegan a servir 200 comidas diarias.

Después agrega una aula, y así nacen las las "escuelas Patrias" que finalmente pone bajo el amparo del Patronato de la infancia y propulsa desde su cargo de vicepresidente del Consejo Nacional de Educación.

En 1910 Moreno es propuesto como candidato y elegido diputado nacional, por sus convecinos de la parroquia o distrito de San Cristóbal. Como diputado nacional Moreno presidió la Comisión de Territorios nacionales, y en ese carácter recorrió el Chaco y Formosa. Propuso la creación del Servicio Científico Nacional y de los Parques y Jardines Nacionales y apoyó el establecimiento de ferrocarriles en la Patagonia.

Moreno renunció a su banca de representante del pueblo para aceptar su designación como vocal del Consejo Nacional de Educación, por considerar que éticamente no podía desempeñar ambos cargos simultáneamente, y por preferir "continuar dedicando el tiempo que me resta de vida a contribuir a hacer de los niños de hoy... ciudadanos que sirvan eficientemente... a la Nación Argentina, siendo innegable que la fuerza y la grandeza de su mañana dependen de la escuela de hoy."

Su acción en pro de la educación no solamente se limitó a las Escuelas Patrias. Creó además las guarderías infantiles en los barrios obreros, modificó los planes de estudios de las escuelas nocturnas para adultos dándoles una orientación vocacional y técnica, y creó, en fin, el escalafón para los maestros.

Su último viaje a la Patagonia lo realiza en 1912, siete años antes de su muerte, cuando acompaña a Teodoro Roosevelt, por pedido especial de éste, a la región de Nahuel Huapi.

Francisco Pascasio Moreno murió en la madrugada del 22 de noviembre de 1919. En el país su muerte pasa inadvertida. Pero en el exterior numerosos países e instituciones le rinden homenaje, pues Moreno es un verdadero exponente de las mejores virtudes de la raza, al margen de su condición de argentino.

En 1944 sus restos fueron traslados a Bariloche, cubiertos con la bandera argentina y los ponchos de Sayhueque, Catriel y Pincén, y depositados en la isla Centinela, convirtiendo el imponente escenario de sus mayores glorias en digno monumento a su grandeza. Nada le hubiera satisfecho más que descansar en las tierras por las que luchara sin desmayo en vida y sin esperar ningún beneficio personal.

Moreno fue un autodidacta, humanista, civilizador, explorador, geógrafo, antropólogo, etnógrafo, paleontólogo, historiador, sociólogo, diplomático, legislador, educador y escritor y poeta de la naturaleza, y por encima de todo un ser humano que luchó hasta el final de su vida por los ideales de su juventud.

Moreno ha sido considerado héroe civil de nuestro país. Esto es especialmente destacable en una Nación donde la mayor parte de los hombres ilustres de la historia han sido militares o han actuado como tales, y donde los civiles más nombrados han participado en mayor o menor medida de las luchas políticas de su tiempo, luchas que en muchos casos se han proyectado hasta la actualidad.

La vida de Francisco Pascasio Moreno fue una lucha continua. En las tolderías, en los parlamentos indios, en las expediciones por tierra y mar, en el cautiverio, Moreno mostró su coraje y su enorme comprensión por la condición humana. Fue él, el explorador, el pionero, el científico que se arriesgó a borrar los límites entre civilización y barbarie.

Fragmento del artículo publicado originalmente: Magnussen Saffer, Mariano. (2008). Francisco Pascasio Moreno. Explorador. Científico y Pionero en la Patagonia. Año 6 numero 31: 20 - 25. y su blbliografia consultada.

 


Termas de Río Hondo. Mastodontes por aquí, Mastodontes por allá.

Por Mariano Magnussen Saffer. Grupo Paleo. Museo Municipal Punta Hermengo de Miramar. Fundación Argentavis. marianomagnussen@yahoo.com.ar

Tomado de: Magnussen Saffer, Mariano. 2015. Termas de Río Hondo. Mastodontes por aquí, Mastodontes por allá. Paleo Revista Argentina de Paleontología. Boletín Paleontológico. Año XIII. 131:17-20. 

La ciudad santiagueña de Termas de Río Hondo, posiblemente sea la que contiene la mayor cantidad de restos fósiles atribuidos a los vulgarmente conocidos como Mastodontes (Stegomastodon sp), un genero de elefantes que vivieron en América del Sur en los últimos dos millones de años antes del presente.

Fueron un Proboscideo (que posee trompa) al igual que el extinto Mamut y el actual elefante. Habitaron lugares abiertos y pantanosos, donde sus huesos se iban incorporando al sedimento a medida que morían. Los hallazgos de restos fósiles de antiguos elefantes son algo escasos, aunque en las zonas adyacentes al Río Dulce parecen con mayor frecuencia a comparación con otras localidades fosilíferas de Sudamérica.

El material colectado desde hace varias décadas por los hermanos Emilio y Duncan Wagner y que hoy se conservan en el Museo que lleva su nombre en el Centro Cultural del Bicentenario en la ciudad capital de la provincia, como aquellos colectados por distintos autores hasta mediados de los años 60 y en las ultimas décadas colectados y coleccionados por el Museo Municipal Rincón de Atacama de la localidad termense, demuestra la gran abundancia de este genero de proboscideo extinto con respecto a otros representantes de la megafauna del pleistoceno, a partir de varias decenas de piezas, principalmente restos mandibulares completos y parciales, vértebras, huesos largos, fragmentos de colmillos o defensas, partes de cráneo entre otros, algunos de ellos recuperados recientemente.

El Río Dulce de la Provincia de Santiago del Estero muestra en sus márgenes, entre las ciudades de Termas de Río Hondo y Santiago del Estero, unos extensos afloramientos de areniscas grises muy friables, que se confunden con los bancos arenosos del río actual.  En ellas se encuentran restos fósiles de mamíferos pleistocenos procedentes de estos depósitos se conocen desde hace mucho tiempo. Sin embargo, diversos geólogos y paleontólogos han supuesto que se trataba de material retransportado por el cauce del río Dulce, tema que aun se allá en discusión. Esta teoría se base principalmente en que los fósiles se recuperan siempre desarticulados.

Probablemente este río pleistoceno constituyó el principal recurso de agua en una amplia región caracterizada por precipitaciones escasas y una larga estación seca (como en la actualidad). Durante las fuertes variaciones climáticas del Pleistoceno superior, las consecuencias de la aridez regional pueden haberse agudizado con la eventual disminución de las lluvias en las zonas más húmedas, lo que hoy constituye las cabeceras de la Cuenca del Río Salí-Dulce (provincias de Tucumán y Santiago del Estero).

Tales circunstancias favorecerían la concentración de animales débiles y moribundos, sujetos a la acción de los carnívoros. Así también podría existir una abundancia de cadáveres de mastodontes y de otros herbívoros concentrados en el canal, y sus proximidades expuestos a los carroñeros y otros agentes naturales. Posteriormente, los restos podrían ser arrastrados durante las crecidas y finalmente sepultados a baja profundidad.

El Stegomastodonte (Stegomastodon sp) tenía una altura promedio de 2,8 metros y un peso de 6 toneladas (aunque los hay mas grande), con el aspecto de una versión robusta del elefante moderno, del cual, a diferencia de las especies más relacionadas, se asemejaba por tener dos colmillos. Estos colmillos se curvaban hacía arriba y tenían una longitud de 3,5 metros. Los molares de Stegomastodon se cubrían de esmalte y un patrón complejo de crestas con protuberancias sobre ellas, que le conferían una gran superficie de masticación adecuada para una dieta herbívora.

El género se originó en América del Norte y las dos especies sudamericanas llegaron durante el Gran Intercambio Americano. Inicialmente herbívoros mixtos, Stegomastodon waringi evolucionó con una dieta basada en pastos, mientras Stegomastodon platensis se hizo principalmente folívoro. Las especies de Stegomastodon vivieron en hábitats más cálidos y con altitudes menores al oriente de los andes, mientras el género relacionado, Cuvieronius, vivió en regiones más frías de mayor altitud.

El gran intercambio biótico americano (GIBA) fue el suceso que acaeció durante los últimos 3 millones de años, cuando se  restableciera la unión de Sudamérica con el resto del  continente. Este evento geológico posibilito que la fauna  de América del su desplazara hacia el hemisferio norte, y la de este, hacia hemisferio sur. Así fue que  hacia el norte se movilizaron los grandes Gliptodontes, Megaterios, Toxodontes etc. en tanto que los emigrantes del norte llegaron a nuestras tierras fueron los Cervidos, Hippidion, carnívoros como osos y tigres dientes de sable y los grandes Mastodontes. El impacto de este fluido intercambio trajo aparejadas consecuencia dramáticas, como la competencia por los nichos ecológicos, la falta de readaptación, enfermedades etc, logrando la disminución de especies autóctonas, algunas llevadas a la extinción.

La especie Stegomastodon platensis fue descrita originalmente por Florentino Ameghino en el año 1888. El holotipo fue depositado en el Museo de La Plata con la sigla MLP-8-63; se trata de una defensa de un ejemplar adulto, proveniente de las barrancas de San Nicolás de los Arroyos, en las costas del río Paraná, en el nordeste de la provincia de Buenos Aires.

En la Argentina, sus restos han sido exhumados en la Provincia de Buenos Aires (donde se halla su límite más austral, a los 37°S), y en las provincias de Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero y Corrientes. Se ha inferido para este taxón una marcada preferencia por climas de tipo templado cálido y hábitats de zonas abiertas o sabanas arboladas.

Los mastodontes recuperados en las inmediaciones de termas de Rio Hondo, convivían con otros gigantes de la edad mamífero lujanense (Pleistoceno superior) y con una antigüedad datada en unos 20 mil años antes del presente, como pampaterios y gliptodontes (armadillos gigantes), glosoterios y megaterios (perezoso de gran tamaño), toxodontes (semejantes a hipopótamos) Amerhippus (caballos extintos) Hemiauchenias (camélidos de gran tamaño) y ciervos semejantes a los actuales.

Te esperamos en el Museo Municipal Rincón de Atacama de Termas de Río Hondo, para que encuentres en su exhibición algunas de las decenas de piezas recuperadas en nuestra región y atribuidas a Stegomastodon, el elefante sudamericano extinto.

Agradecimiento: Al Señor Sebastián Sabater, Director del Museo Municipal Rincón de Atacama de la ciudad de Río Hondo, Provincia de Santiago del Estero, Republica Argentina. Por confiarme información, materiales de su colección, fotografías y amistad.

Bibliografía sugerida.

ALBERDI, M.T.; CERDEÑO, E. & PRADO, J.L. 2008. Stegomastodon platensis (Proboscidea, Gomphotheriidae) en el Pleistoceno de Santiago del Estero, Argentina. Ameghiniana, 45(2):257-271.

AMEGHINO, F. 1888. Rápidas diagnosis de mamíferos fósiles nuevos de la República Argentina. Buenos Aires, Obras Completas, 5:471-480.

BERTON, Michael. (1992). Dinosaurios y otros animales prehistóricos. Ediciones Lrousse Argentina S.AI.C.

BONAPARTE, J.F. & BOBOVNIKOV, J. 1974. Algunos fósiles pleistocénicos de la provincia de Tucumán y su significado estratigráfico. Acta Geológica Lilloana, 12(11):171-183.

BOND, M.; CERDEÑO, E.P. & LOPEZ, G. 1995. Los Ungulados Nativos de America del Sur. In: Alberdi, M.T.; Leone, G. & Tonni, E.P. (Eds.), Evolución climática y biológica de la región Pampeana durante los últimos cinco millones de años. Un ensayo de correlación con el Mediterráneo occidental. Museo Nacional de Ciencias Naturales, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Monografías 12, p. 259-275.

MAGNUSSEN SAFFER, M, BOH, D y ESTARLI, C. 2015. Observaciones paleopatologicas y cambios morfológicos de carácter funcional en una tibia de Stegomastodon (Mammalia, Gomphotheriidae) en el Pleistoceno tardío del Partido de General Alvarado, Provincia de Buenos Aires, Argentina. XXIX Jornadas Argentinas de Paleontología de Vertebrados. Diamante, Entre Ríos. Mayo de 2015. Libro de Resúmenes.

MAGNUSSEN SAFFER, M. 2015. Los hermanos Emilio y Duncan Wagner y su legado al patrimonio de Santiago del Estero, Argentina. Paleo Revista Argentina de Paleontología. Boletín Paleontológico. Año XIII. 128:40-42. 

NOVAS, F. 2006. Buenos Aires hace un millón de años. Editorial Siglo XXI, Ciencia que Ladra. Serie Mayor.

Prado, J. L.; Alberdi, M. T.; Azanza, B.; Sánchez, B.; Frassinetti, D. (2005). «The Pleistocene Gomphotheriidae (Proboscidea) from South America». Quaternary Internacional.126-128: 21–30.


Una fuente de fósiles y controversias.

Por Susana V. García e Irina Podgorny. Publicado en Transantrantico. Periódico de arte, cultura y desarrollo del Centro Cultural Parque de España/AECID, Rosario, Argentina. Número 10, primavera de 2010. Imágenes ilustrativas.

Aguas arriba, sin viento y sin corrientes, el Crucero Paraguay ofreció en su travesía un punto de alto privilegio para cualquier naturalista: navegar a velocidad cero, en un barco inmóvil, para poder observar en sus remotos detalles las grandes barrancas, el corte natural de capas geológicas que revela el profundo pasado americano.

Para Alcide d’Orbigny el Crucero Paraguay habría representado el triunfo de sus deseos. Este viajero francés, uno de los tantos encandilados por las barrancas del Paraná, soñaba con lo imposible: un barco y un río inmóviles, sin vientos, sin corrientes, una plataforma donde pudiera sentarse o caminar a voluntad para observar y dibujar los colores, las formas y las sutilezas de unas barrancas tan impresionantes como desconocidas. Para quien supiera mirarlas, las barrancas del río Paraná revelaban los secretos de los tiempos profundos americanos; sin embargo parecían poco dispuestas a dejarse estudiar: d’Orbigny, a bordo de una goleta, las pudo observar de cerca sólo cuando soplaba el viento norte. El “semi-Pampero” del sur, por el contrario, enfurecía al naturalista: lo alejaba de las capas geológicas y le demostraba, una vez más, que la observación de la naturaleza dependía de factores ajenos a sus ansias.

La expedición Paraná Rangá, navegando con una potencia anulada por las del agua y el viento, logró, muchos años más tarde, el sueño de d’Orbigny: la velocidad cero, donde todo sigue en movimiento, salvo el barco y los observadores de a bordo. El problema de la observación desde los barcos constituye un tópico de muchas expediciones, donde el objeto a observar parecería aferrado a su sustrato natural, negándose a ser registrado. Paradójicamente, la geología sudamericana se estructuró con los datos de estos observadores de paso y en movimiento, que fijaron esos puntos donde los estratos podían “verse”.

D’Orbigny, seguramente, habría agradecido esta situación de viaje. Por lo menos por un rato, porque este crucero que, a pesar de los motores, no avanzaba lo suficiente para cumplir con su programa, también terminaría exasperándolo. Naturalista viajero del Museo de Historia Natural de París, para recibir los giros de dinero francés debía demostrar que el viaje continuaba y que generaba nuevos datos, nuevas observaciones y novedosas colecciones de fósiles, plantas, rocas y dibujos. Así como el viaje debía moverse en alguna dirección, los resultados —expresados en cartas, cajas, pedidos de más dinero— debían salir en dirección contraria para seguir alimentando y justificando sus gastos.

Entre esos resultados, se contaron las observaciones geológicas de las barrancas del Paraná. En el curso inferior hasta Santa Fe aparecen barrancas en la costa occidental, mientras que entre Paraná y Corrientes la margen oriental se destaca por sus barrancas de varios metros de altura, un escenario naturalmente propicio para las observaciones geológicas y paleontológicas. A lo largo del siglo XIX las barrancas del Paraná y sus principales afluentes constituyeron un espacio de observación y una fuente de fósiles, pero también de controversias sobre el origen y la edad de sus capas. Las pampas, esa enorme llanura donde los ojos de los viajeros no encontraban descanso, habrían resultado categóricamente opacas para el geólogo sin los riachos y el curso del Paraná. Sin embargo, las barrancas, como “cortes naturales” donde mirar el pasado remoto, aceptaban múltiples lecturas.

La geología y la paleontología surgieron en el siglo XIX como disciplinas de carácter esencialmente internacional, presuponiendo un desarrollo histórico de la naturaleza y de la humanidad comparable en todo el globo. Una secuencia universal del pasado de la Tierra debía basarse en el estudio minucioso de las especificidades locales y su adecuación a un esquema que negociara entre lo peculiar de una región, el pretendido carácter unitario de la naturaleza y un método de observación. Los practicantes de esta nueva disciplina llamada geología aprendieron a ordenar los estratos de la Tierra según la composición mineralógica y los fósiles contenidos en ellos y a correlacionarlos según semejanzas halladas en puntos remotos del planeta.

Moluscos, vertebrados y plantas fósiles proveerían el medio para poder establecer las correlaciones entre los estratos a nivel global e interpretar la sucesión de acontecimientos que habían modelado la estructura de la Tierra. Los viajes emprendidos posibilitaron una comparación más exacta de los distintos terrenos de ambos hemisferios, haciendo pensar que podían reconocerse leyes generales en la estructura del globo y la superposición de las rocas. Se trataba de una posibilidad que se iba armando sobre las relaciones entre las cosas según las observaciones realizadas en el terreno. Sin embargo, las pampas y las barrancas del Paraná demuestran que los ojos no veían sin ayuda y que los objetos científicos distan mucho de constituir una entidad estable.

Entre los primeros esfuerzos por dilucidar la historia geológica de las Provincias del Plata se destacan los trabajos de Charles Darwin y d’Orbigny. El recorrido de Darwin por las planicies del Plata y Patagonia entre 1832 y 1833 coincidió, en parte, con los lugares visitados cinco años antes por d’Orbigny. Los trabajos geológicos de Darwin y d’Orbigny muestran la polémica interpretación de las formaciones terciarias sudamericanas y la discusión sobre las causas actuantes en el modelado de la corteza terrestre. El cuadro de las formaciones geológicas sudamericanas, dada la escala del escenario a observar, no se frenó por los escasos datos y sitios examinados; las abstracciones llegaron, en cambio, a su máxima expresión.

El tópico humboldtiano sobre la inmensidad de los espacios sudamericanos y el carácter ejemplar de los mismos para el estudio de los fenómenos geológicos en general reaparecería en los jóvenes viajeros que pretendían emular su huella. En los viajes de Darwin y d’Orbigny los puntos de observación se consolidaron principalmente de manera costera: las barrancas del Paraná a la altura de Santa Fe-Bajada, en Corrientes y en la costa atlántica, allí donde las costas escarpadas volvían a dar “un corte natural”, a veces de más de cien metros desde el nivel del mar. Eso conduce a la cuestión de la tecnología de transporte imprescindible para llegar a los puntos donde el fenómeno puede “verse” y para detenerse a tomar muestras y mediciones.

Para ello sería necesario movilizarse en piraguas, canoas o comprar una embarcación y recorrer la zona con prácticos o guías locales conocedores de los nombres y los sitios donde afloraban los grandes huesos, la evidencia más clara de un momento geológico sepultado.

Asimismo, los viajeros de Londres y París recurrían a testimonios relatados, muestras recolectadas e informes confeccionados con otros fines, obtenidos a través de la sociabilidad de los comerciantes, agentes diplomáticos y extranjeros radicados en estas costas. La extensión del terreno y la necesidad de continuar el viaje hacían de este recurso la única posibilidad para recopilar información sobre puntos distantes, más allá de los lugares puntuales por donde los naturalistas viajeros habían podido pasar.

Armar la historia geológica de un territorio todavía no explorado implicó reunir y conectar los paisajes actuales de la cordillera con las llanuras de las pampas, la Patagonia con la Mesopotamia, el Noroeste con las costas atlánticas. El presente mostraba diversidad y fragmentación de climas y de topografías: la historia geológica, con sus tiempos larguísimos, demostraba, en cambio, conexiones insospechadas. Sin embargo, los ojos aceptaban ver cosas distintas según la tradición científica en la que se enrolaban y la confianza dada al trabajo de los otros. Darwin y d ‘Orbigny compitieron por la prioridad en la descripción de los depósitos geológicos, y las causas y origen de las distintas formaciones o terrenos sudamericanos. La geología y los fósiles de las barrancas del Paraná se ataron por muchos años más a estos debates que, por entonces, sólo estaban comenzando.

Años más tarde, el arquitecto e ingeniero de minas francés Auguste Bravard, proveedor de fósiles de los museos europeos y, desde 1858, Inspector de Minas de la Confederación Argentina, haría conocer el fecundo país a través de la venta de las colecciones de mamíferos fósiles de los terrenos pampeanos. Bravard describiría los depósitos marinos de la Confederación en sus obras, como la “Monografia de los Terrenos Marinos Terciarios, de las cercanías del Paraná”, publicada en El Nacional Argentino un mes después de haber fijado residencia en Paraná. En Bravard convivía un lenguaje propio de la tradición de George Cuvier con otro procedente de la geología de Charles Lyell y de la aplicada por Darwin en sus “Observaciones en América del Sur”.

En las observaciones de Darwin, adoptadas por Bravard, se hablaba de causas simultáneas actuando en largos períodos de tiempo en espacios tan enormes como la extensión correspondiente a las partes meridionales de la América del Sur. Darwin había definido una Gran Formación Patagónica y la había referido a los terrenos terciarios de Europa. Darwin, en base a seis conchas fósiles del Paraná halladas también en los depósitos marinos que se extendían desde el Río Negro hasta San Julián, consideró las capas mesopotámicas como parte de esa formación patagónica, comparable con el eoceno de los terrenos terciarios del hemisferio septentrional. Bravard, con todo este instrumental teórico, sus observaciones de campo y sus colecciones de fósiles, hablaría de la época de los mares miocenos, cuando más de la mitad de la América actual estuvo sepultada bajo las aguas.

En las barrancas del río, Bravard testimonió la presencia de dos géneros de mamíferos terrestres, llamados Anoplotherium y Palaeotherium, dos formas características de la fauna fósil de las colinas de Montmartre. El supuesto hallazgo de estos géneros descriptos por Cuvier permitían una serie de comparaciones geológicas. La popularización de las imágenes de los animales del pasado remoto habían consagrado precisamente a estas dos bestias, pastando en manada pacíficamente por los campos, como el icono del paisaje parisino del eoceno. Gracias al hallazgo de esta fauna, no era imposible pensar en las similitudes entre París y Paraná en los oscuros rincones del tiempo, iluminados por los trabajos de un antiguo protegido del laboratorio de Cuvier, residente, ahora, en la Confederación de Justo José de Urquiza.

Bravard atribuía los restos de mamíferos al traslado desde una formación continental vecina a estas formaciones, otorgando una edad miocena para los terrenos marinos de Paraná, intermediarios entre el grupo eoceno (representado por la fauna intrusiva paleoteriana, cuyo depósito original permanecía desconocido) y el estado inferior de la época pliocena (las margas de los depósitos pampeanos, de donde procedían los megaterios y congéneres).

Pero en la década de 1880, estos mamíferos de la parte inferior de las barrancas del Paraná dejaban de ser intrusivos y se empezaba a hablar del eoceno local: Florentino Ameghino definía un nuevo género similar a Palaeotherium, que llamaba Scalabrinitherium Bravardi, en homenaje al ingeniero francés y a Pedro Scalabrini, maestro italiano residente en Paraná, dueño de la colección que le permitió crear esta nueva entidad, surgida también de su colaboración con Toribio Ortiz.

La evidencia, en el caso de Ameghino, ya no surgía de las observaciones en viaje, sino del trabajo con los objetos y datos recopilados por los naturalistas locales. Entre el mar y la tierra, entre el Sena y el Paraná, entre las colecciones y los depósitos naturales, la fauna fósil se americanizaba a la vez que las formaciones se envejecían y se hacían continentales.

Como atestiguó la descendencia de Scalabrini y de Ortiz, los debates no se acabaron: el terreno argentino nunca dejaría de generar nuevas interpretaciones y controversias sobre su origen y evolución que, hasta el siglo XXI, continúan abiertas.

Susana V. García nació en La Plata, en 1970. Es Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales. Investigadora del CONICET en el Museo de La Plata. Publicó Enseñanza científica y cultura académica. La Universidad de La Plata y las Ciencias Naturales (1900-1930) (2010).

Irina Podgorny nació en Quilmes, en 1963. Es Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales. Investigadora del CONICET en el Museo de La Plata e investigadora invitada en el Instituto de Historia de la Ciencia Max Planck de Berlín. Publicó, entre otros, El desierto en una vitrina. Museos e historia natural en la Argentina, 1810-1890 (2008) y El sendero del tiempo y de las causas accidentales. Los espacios de la Prehistoria en la Argentina, 1850-1910 (2010).


Mamíferos Carnívoros Sudamericanos.

Por Paola Echecury. Originalmente publicado en; http://lacajadepandoraylosfosiles.blogspot.com.ar

Actualmente América del Sur alberga aproximadamente unas 46 especies de mamíferos carnívoros. Los félidos, cánidos, úrsidos, prociónicos y mustélidos son descendiente de las especies que ingresaron por el istmo de Panamá hace unos 3 millones de años.

Durante el Plioceno tardío y el Pleistoceno ingresaron a América del Sur hurones y zorros en cambio en el Pleistoceno temprano ingresaron osos, félidos, zorrinos, prociónidos y grandes cánidos.  Estos grupos dieron origen a diversas especies del continente.

La historia evolutiva de los carnívoros se centro en el hemisferio norte. En América del Sur los primeros registros del orden Carnívora datan del Mioceno Tardío (hace 7 / 8 millones de años aproximadamente), Cyonasua es prociónido que se extinguió en el Pleistoceno medio (hace 1.8 / 0.5 M.A) estos ingresaron al continente por un corredor en las islas del Caribe.

A la llegada de los carnívoros placentarios, América del Sur se encontraba poblada los Esparasodontes, un grupo de mamíferos carnívoros, emparentado con los marsupiales como las cuicas o zarigüeyas o canguros australianos.

<<< Aspecto de un Esparasodonte.

Se encuentran registro de los esparasodontes desde el Paleoceno hasta su extinción en el Plioceno.  Durante 55 millones de años ocuparon el nicho de mamíferos carniceros, este lugar era compartido con otros animales como las grandes aves corredoras, cocodrilos terrestres y serpientes constrictoras gigantes.

Los esparasondentes son un grupo de mamíferos sudamericanos se han encontrados restos fósiles en Colombia, Brasil, Chile, Uruguay y Argentina.

Durante mucho tiempo se sostuvo la idea de que el ingreso de los carnívoros placentarios a América del Sur habría causado su extinción por competencia de nichos, ya que las especies holárticas estaban mejor adaptadas. pero para sostener esta hipótesis debe haber una superposición temporal, pero esto no se puede dar porque hay un lapso de casi 0.8 Millones de años.   Los datos analizados sugieren que no hubo superposición temporal, sino que hubo lapsos temporales, así que la desaparición de los esparasodontes no estuvo relacionada con la aparición de los mamíferos placentarios.

La relación entre los esparasodontes y los carnívoros debe tomarse como un reemplazo oportunista, del nicho que dejaron los esparasodontes.

pero porque desparecieron los esparasodontes?

La evidencia fósil indica que la declinación de los esparasodontes data a fines del Mioceno hasta Plioceno. Algunas hipótesis alternativas sostuvieron que las grandes aves Phorusrhacidae, algunos reptiles como las serpientes o cocodrilos podrían haber jugado un rol importante en su desaparición.

Tanto las aves como los reptiles se extinguieron antes que los esparasodontes. El caso de los fororracos es que compartieron un pico de diversidad. Posiblemente la desaparición de ambos haya sido sincrónica.

Las temperaturas globales fueron disminuyendo desde el Oligoceno temprano, la completa separación de la Antártida de los continentes ocasiono una reorganización de las  corrientes marinas, que circulaban entre América del Sur y Australia retornando a la Antártida como aguas cálidas tropicales. Este cambio origino una corriente conocida como circumpolar.

<<< Las aves del terror competían directamente con el nicho ecológico de los carnívoros.

Desde el comienzo del Cenozoico, América del Sur estuvo afectada por el levamiento de la cordillera de los Andes, los cuales ocasionaron cambios climáticos, intenso vulcanismo. Todo esto sin duda modifico la estructura de los vertebrados continentales. Algunos grupos de ungulados nativos se extinguieron.

La extinción de los esparasodontes se dio por los cambios que afectaron a la biota de América del Sur. 

Agradecimiento: Dr Analía M Forasiepi. Ianigla Mendoza Conicet. Imágenes ilustrativas incorporadas por Grupo Paleo. Fuente de publicación: http://lacajadepandoraylosfosiles.blogspot.com.ar/

 

 

 

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EXTRAER, ROMPER, APROPIARSE O VENDER FÓSILES ESTA PENALIZADO!!!

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