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Noticias de Paleontología 2025.

 
   

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Anteavis crurilongus, una nueva especie de dinosaurio carnívoro del Triásico en San Juan.

Un nuevo género y especie de dinosaurio terópodo, denominado Anteavis crurilongus, fue descrito por un equipo internacional de paleontólogos de la Universidad Nacional de San Juan, el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, la Universidad de Birmingham, el CONICET y el CIGEOBIO.

Anteavis crurilongus habitó la Tierra durante el Carniano del Triásico Tardío, hace aproximadamente entre 231 y 226 millones de años. Este pequeño depredador medía cerca de 1,2 metros de longitud y pesaba entre 8 y 9 kilogramos.

La nueva especie corresponde a un terópodo de divergencia temprana, ubicado fuera del clado Neotheropoda, aunque presenta de forma inesperada una serie de características que hasta ahora se consideraban exclusivas de ese grupo.

“Se trata de uno de los dinosaurios más antiguos y primitivos conocidos hasta el momento”, señaló el Dr. Ricardo Martínez, de la Universidad Nacional de San Juan, junto a su equipo de investigación.

“La temprana diversificación de los dinosaurios produjo profundos cambios ecológicos en los ecosistemas terrestres, que culminaron con comunidades de tetrápodos dominadas por dinosaurios hacia el límite Triásico–Jurásico, hace unos 201 millones de años”, explicaron los especialistas. “Por ello, estudiar estas primeras etapas evolutivas es fundamental para comprender el establecimiento de los ecosistemas mesozoicos”.

Sin embargo, los científicos advierten que la escasez de registros fósiles estratigráficamente continuos en las unidades geológicas que preservan los dinosaurios más antiguos —de entre 233 y 227 millones de años— dificulta reconstruir con precisión este proceso inicial de diversificación.

Los restos fósiles de Anteavis crurilongus, consistentes en un esqueleto parcial junto con un cráneo relativamente completo, fueron desenterrados en 2014 en la Formación Ischigualasto, en el noroeste argentino.

“Existen muy pocos lugares en el mundo que conserven fósiles tan antiguos y bien preservados”, explicó el Dr. Martínez. “Uno de ellos es la Formación Santa María, en el estado brasileño de Rio Grande do Sul, y el otro es la Formación Ischigualasto, en Argentina”.

Esta especie vivió en un ambiente de sabana cálida y árida, aproximadamente dos millones de años después del denominado Episodio Pluvial Carniano, un intervalo de mayor humedad que marcó cambios climáticos significativos a escala global.

“El análisis de la fauna de Ischigualasto demuestra que la diversidad y abundancia de dinosaurios fue mayor de lo que se había reconocido previamente, especialmente entre los pequeños herbívoros —de menos de 30 kilogramos— y los depredadores de talla media, con pesos de entre 30 y 200 kilogramos”, afirmaron los investigadores.

Según el estudio, esta diversificación ocurrió durante una transición climática hacia condiciones más semiáridas. Posteriormente, el retorno a ambientes más húmedos produjo una interrupción en el registro fósil de dinosaurios que comenzó hace unos 229 millones de años.

“Recién unos 15 millones de años después, durante el Noriano medio, los dinosaurios recuperaron su diversidad y abundancia en la cuenca de Ischigualasto, aunque ya representados por especies de mayor tamaño corporal”, añadieron.

Los resultados sugieren que esta temprana radiación evolutiva de los dinosaurios estuvo probablemente marcada por procesos de recambio faunístico impulsados por el clima, al menos en el suroeste del supercontinente Pangea.

El trabajo científico que documenta este descubrimiento fue publicado esta semana en la revista Nature Ecology & Evolution.

  Mas información, fotos y videos en https://noticiasdepaleontologia.blogspot.com/2025/12/anteavis-crurilongus-una-nueva-especie.html

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Vitosaura colozacani, un nuevo dinosaurio depredador del Cretácico de La Rioja.

Un nuevo género y especie de dinosaurio terópodo abelisáurido fue identificado por un equipo internacional de paleontólogos de Argentina, Brasil y el Reino Unido. La especie, denominada Vitosaura colozacani, habitó nuestro planeta hace aproximadamente 80 millones de años, durante el Cretácico Tardío.

Esta antigua criatura pertenece a la familia Abelisauridae, un grupo de dinosaurios carnívoros que prosperó principalmente en el supercontinente Gondwana. Hasta la actualidad, se reconocen más de 25 especies dentro de este linaje, cuyos registros fósiles más completos y abundantes proceden de la Patagonia argentina.

“Abelisauridae es un clado de terópodos ceratosaurios descripto en 1985, caracterizado por un cráneo corto, alto y robusto, con maxilares y frontales profusamente ornamentados, un esqueleto axial altamente neumatizado y extremidades anteriores notablemente reducidas”, explicó el Dr. Harold Jiménez Velandia, investigador del CONICET, junto a sus colegas.

“El descubrimiento continuo de nuevas especies de abelisaúridos en las últimas décadas, principalmente en las antiguas tierras gondwánicas, ha permitido mejorar de manera significativa nuestra comprensión de este grupo de terópodos”, señalaron los especialistas.

Durante el Cretácico, Abelisauridae fue el clado dominante de dinosaurios carnívoros en Gondwana, con numerosos registros en el norte de África e Indo-Madagascar, y evidencias de su dispersión hacia Laurasia, en lo que hoy corresponde a Europa central. Sin embargo, fue en América del Sur donde alcanzaron su mayor éxito evolutivo, reflejado en un registro fósil notablemente abundante.

Los restos fósiles de Vitosaura colozacani fueron recuperados durante campañas de excavación realizadas en 2009 y 2010 en la localidad de Tama, dentro de la Formación Los Llanos, en la provincia de La Rioja, al noroeste argentino. El material incluye una vértebra dorsal anterior, una segunda vértebra dorsal, un sacro parcial, el ilion izquierdo, el pubis, el isquion y otros elementos aún sin determinar. Los especímenes se encontraron asociados a restos postcraneales de dinosaurios titanosaurios.

Se trata de un abelisaúrido de tamaño mediano, con una longitud estimada de entre 4,5 y 5,5 metros. La especie habitó un ambiente semiárido estacional, bien drenado, con precipitaciones anuales que oscilaban entre los 230 y 450 milímetros.

“El descubrimiento de Vitosaura colozacani en los niveles campanianos de la Formación Los Llanos amplía el rango geográfico conocido de los abelisaúridos”, indicaron los investigadores. No obstante, advirtieron que “las implicancias filogenéticas de esta nueva especie se ven limitadas por la fragmentación del material disponible y por la inestabilidad observada en recientes análisis centrados en las relaciones evolutivas dentro de Abelisauridae”.

Por esta razón, el equipo subrayó la necesidad de realizar nuevos estudios y recuperar material fósil adicional que permita fortalecer la filogenia del grupo y poner a prueba con mayor solidez las hipótesis evolutivas propuestas.

Los resultados del estudio fueron publicados el 2 de octubre de 2025 en la revista científica Ameghiniana.

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Joaquinraptor casali, un nuevo gran depredador del Cretácico de Chubut.

Un equipo de paleontólogos de Argentina y Estados Unidos descubrió un nuevo integrante de la familia de dinosaurios megaraptoranos, uno de los grupos de grandes depredadores más enigmáticos del Cretácico.

La nueva especie habitó la región que hoy ocupa la Patagonia argentina durante los últimos millones de años del período Cretácico, hace entre 70 y 67 millones de años. Fue bautizada como Joaquinraptor casali y se la considera uno de los principales superpredadores de su ecosistema.

Joaquinraptor pertenece a Megaraptora, un grupo de dinosaurios terópodos carnívoros caracterizados por cráneos alargados y potentes extremidades delanteras provistas de enormes garras. Estos animales están representados por restos fósiles hallados en Asia, Australia y, especialmente, América del Sur.

“Los megaraptoranos eran dinosaurios terópodos carnívoros con cráneos alargados y antebrazos muy robustos equipados con grandes garras”, explicó el doctor Lucio Ibiricu, paleontólogo del Instituto Patagónico de Geología y Paleontología y de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, junto a sus colegas. “Sin embargo, nuestro conocimiento sobre este grupo ha estado limitado por la escasez de esqueletos completos”.

El hallazgo corresponde a un esqueleto excepcionalmente bien preservado y parcialmente articulado de un único individuo, recuperado en la Formación Lago Colhué Huapi, en el centro-sur de la provincia de Chubut, Patagonia central. El conjunto fósil incluye gran parte del cráneo, miembros anteriores y posteriores, costillas y vértebras, lo que convierte a este ejemplar en uno de los más completos conocidos para el grupo.

El análisis de la microestructura ósea indica que el animal representa a un individuo adulto, aunque posiblemente aún no había alcanzado su tamaño máximo al momento de morir.

A partir de comparaciones con otros restos de megaraptoranos, los investigadores estiman que Joaquinraptor casali habría alcanzado alrededor de 7 metros de longitud y un peso superior a la tonelada, consolidándose como uno de los grandes carnívoros que dominaron los paisajes patagónicos del final del Cretácico.

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Astigmasaura genuflexa, esta nueva especie de dinosaurio sauropodo del Cretácico de Neuquén.

Paleontólogos de la Patagonia argentina desenterraron parte del esqueleto postcraneal de un dinosaurio saurópodo rebaquisaúrido hasta ahora desconocido para la ciencia. El hallazgo corresponde a una especie que habitó el actual territorio argentino durante el Cretácico Tardío, hace aproximadamente 95 millones de años.

Bautizada Astigmasaura genuflexa, esta nueva especie alcanzaba cerca de 18 metros de longitud y superaba las 10 toneladas de peso, ubicándose entre los grandes herbívoros que dominaron los antiguos paisajes patagónicos. Este antiguo gigante formaba parte de la familia Rebbachisauridae, un linaje de saurópodos pertenecientes a la superfamilia Diplodocoidea.

“Los rebaquisaúridos son saurópodos diplodocoideos de tamaño mediano a grande, herbívoros generalistas que se alimentaban a nivel del suelo, caracterizados por cráneos altamente especializados, elementos vertebrales marcadamente modificados y extremidades relativamente gráciles”, explicaron los investigadores.

El registro fósil de los Rebbachisauridae se extiende desde el Cretácico Temprano hasta el Cretácico Tardío temprano y muestra una notable diversificación en el antiguo supercontinente Gondwana, especialmente en el norte de África y América del Sur.

En particular, la Patagonia ha aportado más de la mitad de todos los ejemplares conocidos del grupo, incluyendo tanto las formas más antiguas como los representantes más recientes registrados hasta el momento.

Los restos de Astigmasaura genuflexa fueron encontrados en la localidad de El Orejano, perteneciente a la Formación Huincul de la Cuenca Neuquina, en la Patagonia argentina. Según detalló el equipo científico, “el material tipo de la especie consiste en la porción posterior articulada del esqueleto postcraneal de un único individuo morfológicamente adulto”.

La nueva especie habría sido uno de los últimos representantes de los rebaquisaúridos antes de la extinción definitiva del grupo, ocurrida hace unos 90 millones de años.

Astigmasaura genuflexa presenta numerosas características compartidas con otros miembros de la familia Rebbachisauridae, como vértebras caudales anteriores con espinas neurales elevadas y láminas neurales tetrarramificadas, arcos hemanales medios asimétricos, tibias proximales comprimidas mediolateralmente y un fémur con los cóndilos distales inclinados hacia la región medial”, señalaron los especialistas.

A la vez, destacaron que la especie combina un conjunto único de rasgos diagnósticos que la diferencian claramente de todos los demás saurópodos conocidos.

“Este nuevo registro no solo aporta información inédita sobre la anatomía de la región caudal y pélvica de los rebaquisaúridos —sectores escasamente documentados hasta ahora—, sino que además sugiere que la diversidad taxonómica del grupo durante las últimas etapas de su historia evolutiva fue mayor de lo que se pensaba previamente”, concluyeron los investigadores.

El estudio completo fue publicado recientemente en la revista científica Cretaceous Research.

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Los mastodontes sudamericanos consumían frutas con regularidad, sugiere un estudio.

La mayoría de los grandes herbívoros de la megafauna americana se extinguieron hace aproximadamente 10.000 años, un evento que habría interrumpido uno de los procesos ecológicos más importantes de los ecosistemas: la dispersión de semillas a larga distancia, especialmente de plantas con frutos grandes y carnosos. En 1982 se propuso la llamada hipótesis del anacronismo neotropical, según la cual muchas de estas especies vegetales habrían evolucionado para atraer y ser dispersadas por animales hoy extintos. Sin embargo, durante décadas esta idea careció de pruebas directas.

Una nueva investigación liderada por científicos de Chile, España y Brasil aporta ahora la evidencia más sólida hasta el momento. El estudio documenta que un proboscídeo sudamericano ya extinto, el mastodonte Notiomastodon platensis, se alimentaba regularmente de frutas y cumplía un rol clave como dispersor de semillas. Además, los resultados sugieren que la desaparición de estos animales incrementó significativamente el riesgo de extinción de numerosas plantas megafaunales en distintas regiones de América del Sur.

“En 1982, el biólogo Daniel Janzen y el paleontólogo Paul Martin propusieron una idea revolucionaria: muchas plantas tropicales desarrollaron frutos grandes, dulces y llamativos para atraer a animales de gran tamaño —como mastodontes, caballos nativos o perezosos gigantes— que transportaban sus semillas a grandes distancias”, explicó el paleontólogo Erwin González-Guarda, de la Universidad de O’Higgins e IPHES-CERCA, autor principal del trabajo.

“Conocida como la hipótesis de los anacronismos neotropicales, esta teoría permaneció sin confirmación directa durante más de cuarenta años”.

Para validar esta propuesta, el equipo analizó 96 dientes fósiles de Notiomastodon platensis provenientes de distintos puntos del sur de Chile, en un rango que abarca más de 1.500 kilómetros, desde Los Vilos hasta la isla de Chiloé. Cerca de la mitad de los ejemplares proceden del célebre sitio paleontológico del lago Tagua Tagua, una antigua cuenca lacustre extremadamente rica en fauna del Pleistoceno, ubicada en la actual región de O’Higgins.

“Para reconstruir el estilo de vida de estos animales empleamos múltiples técnicas: análisis isotópicos, estudios microscópicos del desgaste dental y la observación de cálculo fósil adherido a los dientes”, detallaron los investigadores.

“Encontramos restos de almidón y tejidos vegetales característicos de frutas carnosas, incluyendo especies como la palma chilena (Jubaea chilensis)”, indicó Florent Rivals, investigador del ICREA, IPHES-CERCA y la Universitat Rovira i Virgili. “Esta evidencia confirma de manera directa que los mastodontes consumían frutas con frecuencia y participaban activamente en la regeneración de los bosques”.

A través del análisis de isótopos estables, el equipo logró recrear con gran precisión tanto la dieta como el ambiente que estos animales habitaban. “Los datos señalan la existencia de ecosistemas forestales ricos en recursos frutales, donde los mastodontes se desplazaban a grandes distancias dispersando semillas durante sus recorridos.

Esta función ecológica, hoy en día, no ha sido reemplazada”, explicó Iván Ramírez-Pedraza, del IPHES-CERCA y la Universitat Rovira i Virgili.

“La química dental nos ofrece una ventana directa al pasado”, añadió Carlos Tornero, investigador del IPHES-CERCA y de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Al integrar diferentes líneas de evidencia pudimos confirmar de manera contundente el comportamiento frugívoro de estos animales y su papel esencial en los ecosistemas antiguos”.

Además, el equipo aplicó modelos de aprendizaje automático para evaluar el estado de conservación actual de las plantas que históricamente dependieron de la megafauna para dispersar sus semillas. Los resultados resultan preocupantes: en el centro de Chile, alrededor del 40 % de estas especies se encuentran actualmente amenazadas, una proporción cuatro veces mayor que en regiones tropicales donde aún sobreviven dispersores alternativos, como tapires y monos.

“Cuando la relación ecológica entre plantas y grandes herbívoros se rompe por completo, sus consecuencias persisten incluso miles de años después”, señaló Andrea Loayza, investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad.

“Especies como la gomortega (Gomortega keule), la palma chilena o el pehuén —conocido como ‘árbol rompecabezas del mono’ (Araucaria araucana)— hoy subsisten en poblaciones pequeñas y fragmentadas, con baja diversidad genética. Son verdaderos testimonios vivientes de una interacción ecológica extinta”.

Los resultados de esta investigación fueron publicados recientemente en la revista científica Nature Ecology & Evolution.


Animales Prehistóricos del Partido de General Alvarado, una obra clave sobre el patrimonio paleontológico bonaerense.

La ciudad de Miramar y todo General Alvarado suma una nueva publicación fundamental para la divulgación científica regional con la aparición de “Animales Prehistóricos del Partido de General Alvarado”, un libro dedicado a acercar al público general la extraordinaria riqueza paleontológica del sudeste bonaerense, uno de los territorios más destacados de Sudamérica para el estudio de la vida prehistórica.

Desde fines del siglo XIX, Miramar y el Partido de General Alvarado ocupan un lugar central dentro de la paleontología argentina gracias a la abundancia y calidad de fósiles del Cenozoico tardío —período que comprende los últimos cuatro millones de años, que incluye la llamada Edad de Hielo—. Este registro, compuesto por restos de megamamíferos y numerosas especies de menor tamaño, permitió reconstruir antiguos ecosistemas, identificar profundas transformaciones climáticas y comprender etapas clave de la evolución de la fauna sudamericana.

El nuevo libro propone un recorrido accesible y atractivo por este vasto patrimonio natural, combinando descripciones claras de los principales hallazgos con ilustraciones realistas que permiten imaginar cómo eran los antiguos habitantes de la región. Está orientado tanto al público en general como a estudiantes y lectores con conocimientos básicos o intermedios en ciencias naturales, con el objetivo de transformar la ciencia en una experiencia de descubrimiento cercano y compartido.

Según señala su autor, el libro reúne información e imágenes que transportan al lector al pasado natural de la región, con un recorrido centrado principalmente en el final de la Era Terciaria y durante todo el Cuaternario. A lo largo de sus páginas se abordan procesos como la modificación de los continentes, los cambios ambientales y climáticos, las fluctuaciones del nivel oceanográfico, grandes eventos de extinción y hasta el impacto de, al menos, dos asteroides.

No obstante, la mayor parte de las 190 páginas se enfoca en la presentación de algunas de las especies más destacadas que habitaron el territorio del actual Partido de General Alvarado y que hoy solo conocemos a través de sus restos fósiles. Peces, reptiles, anfibios, aves y mamíferos son descritos mediante textos breves y precisos, acompañados de ilustraciones que facilitan su comprensión. Entre los protagonistas se mencionan desde perezosos gigantes de varias toneladas de peso hasta un singular tigre dientes de sable hallado en Miramar —único en el mundo—, además de murciélagos vampiros extinguidos y una extensa lista de curiosidades que completan este fascinante recorrido por la prehistoria local.

El Partido de General Alvarado —uno de los 135 partidos de la provincia de Buenos Aires— se encuentra ubicado sobre la costa atlántica, limitando con General Pueyrredón, Balcarce, Lobería y el mar argentino. Además de Miramar, incluye localidades como Comandante Nicanor Otamendi, Mar del Sud, Mechongué y Centinela del Mar, zonas donde también se registraron importantes hallazgos fósiles. Sus acantilados costeros y barrancas interiores conservan una de las secuencias estratigráficas más completas del continente, lo que convierte al área en un verdadero “laboratorio natural” para reconstruir la evolución ambiental y biológica del Plioceno y el Pleistoceno.

Las unidades estratigráficas locales, es decir, la acumulación sistemática y cronológica de sedimentos constituyen referencias internacionales que sirven de base para correlaciones geológicas continentales y para la definición de edades dentro del Cenozoico tardío. Gracias a ello, el aporte científico de General Alvarado trasciende el ámbito local y resulta clave para entender procesos de migración, extinción y adaptación de especies asociados a los grandes cambios climáticos sudamericanos.

Miramar, fundada en 1888, no solo se consolidó como un destino turístico, sino también como un polo de investigación científica desde los primeros trabajos impulsados por el subprefecto José María Dupuy (h), quien promovió la creación del primer museo regional en 1912. Este proceso culminó en la conformación del actual Museo de Ciencias Naturales de Miramar “Punta Hermengo”, fruto del convenio entre el Municipio y la Fundación Azara, institución impulsora de la preservación local del patrimonio fósil y de su acceso público y académico, así como de la carrera de Tecnicatura Superior en Paleontología.

“Animales Prehistóricos del Partido de General Alvarado” apuesta a continuar esta tradición científica y educativa. La obra se presenta además como material de consulta para estudiantes de todos los niveles, priorizando su distribución gratuita y equitativa, con el fin de democratizar el acceso al conocimiento sobre el pasado reciente de Sudamérica.

El autor del libro es Mariano Magnussen, nacido en Miramar, técnico en ejercicio en Paleontología, Zooarqueología y Zoología, con una extensa trayectoria vinculada a la investigación, conservación y divulgación científica. Desde niño se dedicó al estudio de las ciencias naturales; entre 1993 y 2011 colaboró con el Museo Municipal de Miramar y, desde 2012, trabaja como contratado de la Municipalidad de General Alvarado en el Museo de Ciencias Naturales “Punta Hermengo”. Es miembro adscripto de la Fundación Azara y del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados del MACN–CONICET, además de asesor de otras instituciones del país.

Magnussen cursó Ciencias Biológicas y se encuentra finalizando la Licenciatura en Historia en la Universidad Maimónides. Participó en congresos científicos nacionales e internacionales, publicó numerosos artículos de divulgación y trabajos especializados —incluyendo la descripción de especies nuevas para la ciencia— y es autor de varios libros, además de dirigir sitios web temáticos y colaborar en producciones documentales.

Con esta nueva obra, Miramar vuelve a reafirmar su identidad como territorio de referencia para la paleontología argentina y sudamericana, invitando a lectores de todas las edades a descubrir, comprender y valorar la profunda historia natural que se oculta bajo las arenas y barrancas del litoral bonaerense.

A pocas horas de su presentación, comenzaron a multiplicarse en las redes sociales mensajes de acompañamiento, apoyo y felicitaciones de especialistas de la Argentina y del exterior. Muchos de ellos han realizado trabajos de campo en el Partido de General Alvarado, desarrollando allí investigaciones científicas y publicando posteriormente los resultados de sus estudios.

El libro puede descargarse de manera gratuita en diversas plataformas digitales en formato PDF, o accederse directamente sin necesidad de registro ni ningún tipo de pago desde https://miramarprehistorica.blogspot.com/2025/11/animales-prehistoricos-del-partido-de.html

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El Museo Paleontológico de San Pedro recupera numerosos fósiles de Toxodontes.

El Grupo Conservacionista de Fósiles logró recuperar un importante conjunto de restos pertenecientes a varios ejemplares de toxodontes, una de las especies más representativas de la megafauna pampeana que habitó la región durante el Pleistoceno Superior.

Las piezas fueron extraídas en el yacimiento de Campo Spósito, ubicado en el sector de Bajo del Tala, por el equipo integrado por José Luis Aguilar, Santiago Ferreyra, Jorge Martínez, Walter Parra, Manuel Sánchez, Julio Simonini y Augusto Moleón.

Las piezas fueron extraídas en el yacimiento de Campo Spósito, ubicado en el sector de Bajo del Tala, por el equipo integrado por José Luis Aguilar, Santiago Ferreyra, Jorge Martínez, Walter Parra, Manuel Sánchez, Julio Simonini y Augusto Moleón.

El material recuperado incluye fémures, pelvis, mandíbulas, vértebras, ulnas y decenas de otros elementos óseos, correspondientes a distintos individuos en variadas etapas de desarrollo, lo que aporta un valioso registro para el estudio de esta especie.

Los toxodontes (Toxodon platensis) eran grandes mamíferos herbívoros, de tamaño comparable al de un buey, con un peso superior a los 1.000 kilogramos. Presentaban una apariencia similar a la de un hipopótamo y una potente dentadura, con grandes dientes adaptados al consumo intensivo de vegetación. Se trataba de animales muy abundantes en esta región durante el Pleistoceno.

El considerable número de piezas halladas, sumado a otros restos recuperados en campañas previas, permitirá al museo montar un ejemplar notablemente completo tras el receso invernal, incorporando así un nuevo atractivo destacado para su recorrido expositivo.

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Cienciargentina sanchezi, una nueva especie de dinosaurio saurópodo en el Cretácico de Argentina.

Un nuevo género y especie de dinosaurio saurópodo rebaquisaúrido fue descrito a partir de fósiles hallados en una reconocida localidad paleontológica de la provincia de Neuquén. El animal, que recorrió la Patagonia durante el Cretácico Superior hace aproximadamente 94 millones de años, fue denominado Cienciargentina sanchezi.

Esta especie representa el primer integrante conocido hasta el momento de la familia de dinosaurios diplodocoideos Rebbachisauridae identificado en la región. Los rebaquisaúridos formaron un grupo diverso que se desarrolló principalmente en el supercontinente Gondwana, desde el Cretácico Temprano hasta el Cretácico Tardío. Sus restos fósiles, generalmente fragmentarios, han sido encontrados en América del Sur, África, América del Norte, Europa y, posiblemente, Asia Central.

Estos saurópodos se distinguen de otros gigantes herbívoros por la particular estructura de sus dientes: algunas especies poseían verdaderas “baterías dentales”, similares a las observadas en dinosaurios hadrosaurios y ceratopsianos.

“Los primeros saurópodos rebaquisaúridos sudamericanos fueron reconocidos a partir de materiales procedentes de los alrededores de Villa El Chocón, en las formaciones Candeleros y Huincul”, explicaron Leonardo Salgado (Universidad Nacional de Río Negro–CONICET) y María Edith Simón, autores del estudio.

Según los investigadores, los restos provenientes de la Formación Huincul resultan especialmente relevantes porque, junto a los de la Formación Bajo Barreal, corresponden a los últimos diplodocoideos indudables antes de su presunta extinción definitiva.

El material fósil de Cienciargentina sanchezi fue recuperado precisamente en las cercanías de Villa El Chocón, en la base de la Formación Huincul. “Esta nueva especie se suma al listado de saurópodos rebaquisaúridos documentados en dicho nivel (Cenomaniano–Turoniano superior), considerados los últimos representantes globales de los diplodocoideos”, señalaron los paleontólogos.

“De hecho —agregaron—, desde el Turoniano en adelante las comunidades de saurópodos quedaron conformadas exclusivamente por macronarios, principalmente titanosaurios”.

En la Patagonia, y particularmente en la Formación Huincul, se observa con claridad la llamada “rotación de fauna” de mediados del Cretácico, un proceso que implicó un notable recambio no solo en los saurópodos, sino también en otros grupos de dinosaurios, posiblemente como en ninguna otra región de América del Sur.

El estudio que documenta este importante hallazgo fue publicado recientemente en la revista científica Cretaceous Research.

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Evolución y extinción de los perezosos gigantes de América.

Un nuevo estudio internacional logró reconstruir la historia evolutiva de los perezosos americanos, desde su aparición hace unos 35 millones de años hasta su desaparición en tiempos relativamente recientes. Para ello, los investigadores analizaron fósiles y árboles genealógicos evolutivos con el fin de profundizar en su anatomía, modos de vida y transformaciones ecológicas a lo largo del tiempo.

El equipo científico estuvo integrado por especialistas del CONICET (Argentina), el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC, España) y diversas instituciones internacionales.

Hoy, los perezosos son conocidos como mamíferos pequeños, lentos y arborícolas que pasan gran parte de su vida colgando cabeza abajo de los árboles. Sin embargo, esta imagen contrasta radicalmente con la de sus antepasados: durante millones de años América estuvo habitada por perezosos de gran tamaño, algunos de los cuales llegaron a superar varias toneladas de peso.

Los primeros perezosos surgieron en Sudamérica hace unos 35 millones de años. Eran animales terrestres y robustos, con un peso estimado de entre 70 y 350 kilogramos. A lo largo de su evolución, sus descendientes desafiaron cualquier previsión: mientras gigantes emblemáticos como Megatherium americanum —con más de 4 toneladas de peso— dominaban los paisajes del Pleistoceno (entre 2,5 millones y 12.000 años atrás), otras líneas evolucionaron en sentido opuesto, reduciendo drásticamente su tamaño y adoptando hábitos arborícolas.

El estudio revela que la masa corporal de los perezosos estuvo íntimamente ligada a su modo de vida: el desplazamiento terrestre favoreció el gigantismo, mientras que la vida en los árboles impulsó la miniaturización. Estos cambios ocurrieron de forma desigual.

Los grandes perezosos terrestres evolucionaron lentamente, mientras que los linajes arborícolas —como los actuales perezosos de dos y tres dedos— se redujeron de tamaño con notable rapidez.

Las transformaciones ambientales también jugaron un papel decisivo. Los cambios climáticos asociados al movimiento de los continentes y a las variaciones en la órbita terrestre provocaron un progresivo reemplazo de vastos bosques por praderas y pampas, lo que favoreció nuevamente los hábitos terrestres. Esto permitió que distintos linajes de perezosos colonizaran nuevos nichos ecológicos, una ventaja clave frente al enfriamiento y la creciente aridez de Sudamérica durante las fluctuaciones glaciares de los últimos dos millones de años.

Como consecuencia, durante los últimos 14 millones de años se produjo una verdadera explosión de especies de gran tamaño. El gigantismo apareció repetidamente en grupos poco emparentados entre sí, pero ya adaptados a distintos estilos de desplazamiento y regímenes alimentarios. Los perezosos terrestres gigantes se consolidaron entonces como un componente fundamental de la megafauna del continente americano, rol que mantuvieron hasta hace unos 15.000 años.

Pese a haber sobrevivido durante 35 millones de años de cambios geológicos y climáticos extremos, los perezosos gigantes desaparecieron abruptamente durante la transición entre el Pleistoceno y el Holoceno. Solo lograron sobrevivir sus parientes más pequeños y arborícolas, que dieron origen a las especies actuales. El estudio identifica un proceso de extinción en dos etapas: primero se extinguieron las especies continentales, coincidiendo con la expansión de los primeros grupos humanos por América; posteriormente desaparecieron las poblaciones insulares, como las del Caribe.

“La cronología de su extinción refleja claramente la expansión humana”, explica Alberto Boscaini, de la Universidad de Buenos Aires y coautor del trabajo. “Ninguna crisis climática previa tuvo un impacto tan devastador sobre ellos, lo que apunta a la presión antropogénica como el factor nuevo y definitivo”.

La historia evolutiva de los perezosos encierra una doble enseñanza: es testimonio tanto de una extraordinaria capacidad de adaptación como de la fragilidad de la vida ante presiones inéditas. Su linaje sobrevivió a colisiones continentales, cambios climáticos extremos y profundas transformaciones ambientales, alternando entre la vida terrestre y arborícola, ajustando su tamaño corporal y diversificando su dieta.

“Este grupo convirtió la versatilidad en oportunidad”, resume Daniel Casali, de la Universidad de São Paulo y coautor del estudio.

Pero su rápido colapso final deja una advertencia clara: incluso los linajes más resistentes pueden desaparecer cuando se enfrentan a amenazas completamente nuevas, como la presión directa ejercida por la actividad humana.

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Stellula meridionalis, la flor más antigua de la Argentina.

Un equipo de científicas argentinas descubrió la flor fósil más antigua registrada en el país. Se trata de una nueva especie bautizada Stellula meridionalis, cuyo nombre significa “pequeña estrella del sur”. La identificación se realizó a partir de un conjunto excepcional de flores y hojas, junto con más de veinte ejemplares florales aislados conservados en distintos estados de desarrollo.

Los restos pertenecen al Cretácico Temprano, más precisamente al Aptiano tardío, con una antigüedad aproximada de 113 millones de años, y fueron hallados en la Formación La Cantera, en el noroeste de la provincia de San Luis.

La investigación fue desarrollada por Gabriela G. Puebla y Mercedes B. Prámparo, científicas del CONICET.

Stellula meridionalis es la flor fosilizada más antigua encontrada hasta el momento en Argentina. En toda Sudamérica solo existen registros de flores de esta edad en Brasil. En nuestro país, hasta ahora, solo se habían descubierto hojas y granos de polen de angiospermas en yacimientos contemporáneos, principalmente en la Patagonia”, señala Griselda Puebla, investigadora del CONICET en el Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA).

El ejemplar principal consiste en un tallo de unos 3 centímetros de largo, con pequeñas hojas y flores opuestas ubicadas cerca del extremo del tallo. Las hojas miden aproximadamente 3 milímetros de largo por 1,5 de ancho y presentan bordes dentados e irregulares.

Las flores, diminutas pero extraordinariamente bien conservadas, muestran una base en forma de cono y dos filas de estructuras triangulares con puntas agudas, dispuestas radialmente, formando una figura estrellada que inspiró su nombre.

“Interpretamos que estas flores eran femeninas y unisexuales, ya que no hemos encontrado evidencias de órganos masculinos. Las características arquitectónicas únicas del eje reproductivo de Stellula meridionalis respaldan su clasificación como un nuevo taxón, es decir, un género y una especie completamente nuevos dentro de las angiospermas”, explica Prámparo.

Los fósiles se encontraron como impresiones carbonizadas en rocas de grano fino, correspondientes a antiguos ambientes de lagunas efímeras asociadas a sistemas fluviales. Dado que las flores son estructuras extremadamente delicadas, su preservación en el registro fósil es muy poco frecuente, lo que hace que este descubrimiento tenga un valor científico excepcional.

En los mismos niveles sedimentarios, el equipo recuperó además granos de polen de angiospermas, que permitieron establecer relaciones entre las flores y hojas fósiles con especies actuales y pasadas.

“El análisis del polen resultó clave para comprender mejor los vínculos evolutivos entre estas plantas fósiles y otros grupos de angiospermas conocidos”, detalla Prámparo.

Stellula meridionalis gen. et sp. nov., the oldest fossil flower from the Early Cretaceous of Argentinafue publicado en la prestigiosa revista científica Review of Palaeobotany and Palynology, marcando un importante avance en el conocimiento sobre el origen y la diversificación temprana de las plantas con flores en Sudamérica.

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Chadititan calvoi, una nueva especie de titanosaurio en la Patagonia argentina.

Un equipo de paleontólogos que trabaja en el norte de la Patagonia, Argentina, desenterró los fósiles de una especie previamente desconocida de pequeño titanosaurio rinconsaurio, que habitó la región durante el Cretácico Tardío, hace aproximadamente 78 millones de años.

El dinosaurio fue bautizado Chadititan calvoi y pertenece al grupo de los Rinconsauria, un clado exclusivo de titanosaurios argentinos. Este grupo fue establecido en 2007 para incluir a los géneros Rinconsaurus y Muyelensaurus, y se caracteriza por reunir dinosaurios delgados, de cuerpo liviano y tamaño relativamente pequeño, que no superaban los 11 metros de longitud, con extremidades rectas y una cintura pélvica notablemente modificada.

Según explicó el paleontólogo Dr. Federico Agnolin, del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” y la Fundación de Historia Natural “Félix de Azara”, Chadititan calvoi era uno de los miembros más pequeños y esbeltos del grupo.

“Al comparar la longitud de su fémur con la de otros rinconsaurios, como Bonatitan, estimamos que el cuerpo completo de Chadititan alcanzaba cerca de 7 metros de largo”, señaló el investigador.

Los especialistas destacan que este nuevo titanosaurio confirma que los rinconsaurios presentaban una morfología corporal diferente al resto de los titanosaurios, con una postura similar a la de los braquiosaurios, extremidades gráciles y una cola particularmente delgada.

Los restos fósiles de varios individuos de Chadititan calvoi fueron hallados en una nueva localidad de la Formación Anacleto, cerca de la ciudad de General Roca, en la provincia de Río Negro. La zona se encuentra dentro de la propiedad de la familia Marín, en cercanías de Paso Córdoba, a unos 10 kilómetros al sudoeste de la ciudad.

El área está formada por pequeñas badlands dispersas y bajas colinas que delimitan el sector oriental del bajo conocido como “Salitral Moreno”. A pesar de la limitada extensión de los afloramientos, el sitio produjo un número extraordinario de fósiles.

Un dato llamativo del hallazgo es la ausencia total de osteodermos (placas óseas dérmicas) asociados a Chadititan calvoi. Según los investigadores, al no encontrarse tampoco en otros rinconsaurios, es posible que estos titanosaurios carecieran completamente de este tipo de estructuras protectoras.

Junto al nuevo titanosaurio, el equipo descubrió un importante conjunto de fósiles de vertebrados e invertebrados, que incluye moluscos, peces pulmonados, tortugas, parientes de cocodrilos, dinosaurios, caracoles y almejas. Todos estos restos estaban depositados en lo que alguna vez fue un pequeño estanque rodeado por dunas de arena y palmeras, dentro de un ambiente predominantemente árido.

Entre los hallazgos más relevantes se destacan el primer registro fósil de la familia Neocyclotidae —caracoles terrestres tropicales— y el primer registro indiscutido del género Leptinaria, un pequeño caracol terrestre tropical pulmonado.

El paleontólogo Dr. Diego Pol, explorador de National Geographic e investigador del Museo Argentino de Ciencias Naturales, señaló:

“Además del descubrimiento de Chadititan calvoi, los fósiles de moluscos, peces y tortugas enriquecen enormemente nuestra comprensión de este antiguo ecosistema y amplían nuestro conocimiento sobre la vida en la Patagonia hacia el final de la era de los dinosaurios”.

Los investigadores destacan que la simple presencia o ausencia de determinadas especies permite reconocer particularidades ambientales únicas. En este caso, la gran abundancia de tortugas y la escasez de cocodrilos, en comparación con regiones contemporáneas de Europa y América del Norte, subraya las singulares condiciones ecológicas de los ecosistemas patagónicos, en un momento en que los continentes ya comenzaban a separarse durante el Cretácico.

Un dato especialmente notable es que las tortugas de agua dulce representan más del 90 % de los fósiles recuperados, un porcentaje excepcional, considerando que en sitios equivalentes de América del Norte y Europa raramente superan el 50 % del total de la fauna.

Los resultados de esta investigación fueron publicados en la Revista del Museo Argentino de Ciencias Naturales, aportando un nuevo capítulo al conocimiento de los dinosaurios y los antiguos ecosistemas del sur de Sudamérica.

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Hallan varias especies nuevas de aves en el Mioceno de San Juan.

Un equipo de investigadores del LACEV-Museo Argentino de Ciencias Naturales, Fundación Félix de Azara y Universidad Nacional de San Juan, todos ellos de CONICET, dieron a conocer un hallazgo de gran importancia.

Varias campañas paleontológicas fueron encabezadas por el paleontólogo sanjuanino Víctor Contreras en la localidad de Puchuzum, en el Valle de Calingasta, provincia de San Juan con el fin de encontrar fósiles de vertebrados de unos 7 millones de años de antigüedad. Estas exploraciones resultaron en el hallazgo de numerosos restos pertenecientes a diferentes especies de aves que vivieron en una laguna o sistema de lagunas que se secaban periódicamente.

 

   

Los restos de aves incluyen patos, gallaretas, flamencos, avocetas, garzas y macáes. Entre ellos los investigadores lograron descubrir tres especies nuevas previamente desconocidas por la ciencia. La primera de ellas, Hunucornis huayanen, Hunuc, en la cosmogonía Huarpe era una deidad amiga de los animales. Hunucornis era una pequeña especie de macá, un grupo de aves buceadoras que a primera vista son semejantes a los patos. Hunucornis constituye el registro más antiguo para el grupo en todo el continente.

Una segunda nueva especie es un pato, pariente de los cauquenes, al que los investigadores llamaron como Zqueheanas hebe. El nombre de la especie es en homenaje a Hebe de Bonafini, la incansable luchadora por los derechos humanos y dirigente fundamental de las Madres de Plaza de Mayo.

La tercera especie nueva es Palaelodus haroldocontii. Esta forma perteneció a un grupo de aves de aspecto externo semejante a los flamencos actuales, con un modo de vida semejante.

   

A diferencia de los flamencos vivientes, su pico era puntiagudo y no era filtrador de agua, pero seguramente consumía pequeños caracoles, insectos y otros invertebrados acuáticos. La especie es nombrada en honor al gran escritor Haroldo Conti, desaparecido en la última dictadura Cívico-Militar argentina. La asociación de aves encontrada por los paleontólogos es muy semejante a las lagunas que podemos ver hoy en día en las planicies y ambientes áridos de la provincia de San Juan. Se trata de una fauna de aspecto muy moderno.

Es posible que la desaparición de toda esta fauna de aves haya tenido que ver con un avance del clima árido que luego caracterizaría la “Edad del Hielo”. Con el avance de la aridez comienza la etapa conocida como “Edad de las Planicies Australes” y estos grupos de aves asociadas a los ambientes húmedos del centro argentino, habrían llegado a su fin.

Como miembros del LACEV, hacemos este pequeño homenaje a defensores de los derechos humanos y miembros relevantes de nuestra cultura.

En palabras del inolvidable Haroldo Conti: "Levántate y camina como un león"

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Descubren restos de una tortuga fósil en el yacimiento de Campo Spósito, en San Pedro.

Se trata de placas del caparazón de una tortuga de agua dulce que habitó la región hace aproximadamente 200.000 años. Es el primer registro de este tipo de animal en ese importante yacimiento paleontológico.

En los últimos días, el Grupo Conservacionista de Fósiles recuperó un fragmento fosilizado del caparazón de una tortuga semiacuática durante una excavación de rutina en el yacimiento de Bajo del Tala, también conocido como Campo Spósito.

El hallazgo se produjo en el cauce de un antiguo riacho prehistórico, un sector que el museo investiga de manera sistemática desde hace más de dos décadas. En el trabajo participaron José Luis Aguilar, Jorge Martínez, Alexis Celié y Walter Parra, quien fue el primero en advertir la presencia del fósil.

“A pesar de tratarse de un fragmento pequeño, constituye una evidencia contundente de la existencia de estas tortugas en un ecosistema que estaba dominado por grandes mamíferos como perezosos terrestres, armadillos gigantes, toxodontes, caballos fósiles y muchas otras especies hoy extinguidas. En ese antiguo curso de agua, rodeado por extensos humedales, convivieron mamíferos de gran porte junto con reptiles, aves y peces.

A lo largo de estos años, hemos ido reconstruyendo la biodiversidad del lugar gracias a los fósiles extraídos en nuestras excavaciones, y esta nueva pieza suma una especie más al diverso listado ya registrado”, señalaron desde el Museo Paleontológico de San Pedro.

En cuanto al estudio del material, el Dr. Gabriel S. Ferreira, investigador del Centro Senckenberg HEP de la Universidad de Tübingen (Alemania) y profesional especialista asesor del museo para este grupo de reptiles, explicó:
“Se trata de una placa costal 3 o 5 de una tortuga semiacuática perteneciente a la familia Chelidae (Pleurodira). Además de la cabeza de la costilla, pueden observarse claramente los surcos que delimitan dos escamas vertebrales y una escama pleural. Es un registro sumamente interesante que se integra al creciente conjunto de información generada por el Grupo Conservacionista de Fósiles en este yacimiento de la Argentina”.

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Descubren restos de un antiguo océano en plena Ciudad de Buenos Aires que se conecta con restos de Miramar.

Una reciente investigación, realizada por un equipo integrado por miembros del LACEV, dio a conocer un hallazgo tan llamativo como revelador: evidencias de un antiguo avance del mar en pleno territorio de la actual Ciudad de Buenos Aires.

En la zona de la Costanera Sur, a orillas del Río de la Plata, suelen aparecer ocasionalmente, como cantos rodados, bloques de roca que contienen conchillas marinas fosilizadas. Estos restos corresponden a un ingreso del mar ocurrido hace aproximadamente 2 millones de años, durante un episodio conocido como la Ingresión Interensenadense.

Estos bloques eran conocidos desde el siglo XIX, aunque su verdadera procedencia solo se identifica cuando se realizan perforaciones profundas en el subsuelo urbano: los niveles portadores de fósiles aparecen a más de 7 metros de profundidad, revelando antiguas capas sedimentarias asociadas a ambientes marinos. El conjunto de organismos hallados indica que, en aquel momento, el mar avanzó brevemente sobre el continente, cubriendo áreas que hoy se encuentran muy lejos de la costa actual.

A este tipo de fenómeno se lo conoce como transgresión o ingresión marina, términos que se utilizan para describir el avance del mar sobre zonas continentales debido a cambios en el nivel del mar o movimientos de la corteza terrestre.

Por contraposición, cuando el mar retrocede y deja expuestas nuevamente las tierras previamente inundadas, el proceso se denomina regresión marina. Estos ciclos de avance y retroceso forman parte de la dinámica natural del planeta a lo largo del tiempo geológico y quedan registrados en los sedimentos y fósiles.

A partir de estas evidencias, los investigadores revisaron distintos yacimientos con organismos marinos fósiles en toda la provincia de Buenos Aires, incluyendo sectores cercanos a Miramar. Como resultado, concluyeron que el mar habría invadido zonas del territorio bonaerense al menos en seis ocasiones distintas durante los últimos dos millones de años, duplicando las estimaciones previas, que solo reconocían tres episodios de ingresiones marinas.

Estos nuevos estudios demuestran que la historia geológica de la provincia de Buenos Aires es mucho más compleja de lo que se pensaba, marcada por repetidos cambios en la línea de costa, transformaciones ambientales profundas y la alternancia constante entre paisajes marinos y continentales a lo largo del tiempo.

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Kostensuchus atrox, un gran cocodriliforme del Cretácico de Patagonia.

Una especie recientemente descubierta de un gran depredador emparentado con los cocodrilos fue descripta a partir de un fósil excepcionalmente bien conservado hallado en Argentina, según un estudio publicado en PLOS One por Fernando Novas, del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, junto a su equipo de investigación.

El ejemplar procede de la Formación Chorrillo, cuyos sedimentos se depositaron hace aproximadamente 70 millones de años, durante la edad Maastrichtiana, al final del período Cretácico.

En aquel entonces, el sur de la Patagonia presentaba un ambiente cálido, con estaciones húmedas, dominado por extensas llanuras de inundación de agua dulce que albergaban una rica diversidad de organismos, entre ellos dinosaurios, tortugas, ranas y distintos mamíferos.

El fósil recuperado se encuentra notablemente completo: conserva el cráneo y las mandíbulas con un alto nivel de detalle, así como numerosos huesos del esqueleto. Este formidable depredador, de aspecto similar a un cocodrilo, habría alcanzado cerca de 3,5 metros de longitud y un peso estimado de 250 kilogramos. Poseía una mandíbula ancha, extremadamente robusta, y dientes grandes y afilados, adaptados para capturar y consumir presas de gran tamaño, que probablemente incluían dinosaurios medianos.

Los investigadores denominaron a esta nueva especie Kostensuchus atrox, un nombre que combina “Kosten”, el viento patagónico en lengua tehuelche, con “Souchos”, el dios egipcio con cabeza de cocodrilo, mientras que atrox significa “feroz” o “implacable”.

Aunque no se trataba de un dinosaurio, K. atrox pertenecía al grupo de los cocodiliformes peirosáuridos, un linaje extinto de reptiles estrechamente emparentados con los cocodrilos y caimanes actuales.

Esta especie constituye el segundo mayor depredador conocido de la Formación Chorrillo durante el Maastrichtiano, y todo indica que fue uno de los máximos cazadores de su ecosistema.

Además, Kostensuchus atrox representa el primer cocodiliforme registrado en esta formación geológica y uno de los peirosáuridos más completos jamás hallados. Su excelente estado de conservación brinda a los científicos una oportunidad única para profundizar en el conocimiento de estos antiguos reptiles y de los ecosistemas que dominaron la Patagonia al final de la era de los dinosaurios.

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El Idiorophus patagonicus, un antiguo cachalote fósil patagónico pudo haber sido un depredador activo durante el Mioceno.

Un reciente trabajo publicado en Papers in Paleontology presenta el reanálisis del único ejemplar conocido de Idiorophus patagonicus, un antiguo cachalote fósil hallado en la Patagonia argentina. Tras permanecer casi 130 años sin ser reevaluado en profundidad, el estudio —titulado “Despertar al cachalote dormido de la Patagonia: una nueva descripción de Idiorophus patagonicus del Mioceno temprano (Odontoceti, Physeteroidea)”— aporta información clave sobre la evolución temprana de los cachalotes, su tamaño corporal y posibles hábitos alimenticios.

Los restos fueron descritos por primera vez en 1893 por Richard Lydekker, quien les asignó el nombre Physodon patagonicus. Sin embargo, este nombre ya había sido utilizado previamente tanto para dientes fósiles hallados en Italia como para un género de tiburones, lo que obligó a proponer una nueva denominación. En 1905, Abel sugirió el nombre Scaldicetus, que terminó convirtiéndose en un “taxón cajón de sastre” para especies de afinidades inciertas. Finalmente, en 1925, Kellogg estableció la denominación definitiva Idiorophus patagonicus, bajo la cual se conoce actualmente a este ejemplar.

El fósil fue recuperado en algún punto indeterminado de la Formación Gaiman, correspondiente al Mioceno temprano (hace unos 20 millones de años), en la zona de Cerro Castillo, frente a la actual ciudad de Trelew, provincia del Chubut, aunque la localización exacta del hallazgo se desconoce.

Durante el Mioceno existió una gran diversidad de cachalotes (familia Physeteridae), de la cual hoy solo sobreviven tres especies: Physeter macrocephalus (el cachalote gigante), Kogia sima (cachalote enano) y Kogia breviceps (cachalote pigmeo).

El nuevo estudio sometió al ejemplar de I. patagonicus a una exhaustiva revisión anatómica y taxonómica. Se determinó que se trataba de un individuo subadulto, con una longitud estimada de entre 5 y 6 metros. Los análisis filogenéticos indican que no estaba estrechamente emparentado con otras especies conocidas de cachalotes, lo que sugiere que pudo haber sido una de las formas más primitivas del grupo, o incluso un posible antecesor temprano de todos los fiséteridos.

Uno de los aspectos más llamativos del estudio tiene que ver con la estructura de su rostro o tribuna, que aportó pistas sobre su modo de alimentación. Según la Dra. Florencia Paolucci:
“Las características ecomorfológicas de Idiorophus señalan un estilo de vida muy distinto al de los cachalotes actuales. Probablemente era un depredador activo de peces de gran tamaño y quizá también de aves marinas, mientras que los cachalotes modernos se alimentan principalmente de cefalópodos o pequeños peces mediante la succión”.

Paolucci destaca que muchos rasgos vinculados al buceo en los cetáceos actuales se encuentran en tejidos blandos, los cuales no se conservan en el registro fósil. En ciertos casos, partes del basicráneo —en especial los huesos asociados a los senos— pueden brindar indicios sobre las habilidades de inmersión profunda, pero en este ejemplar esas estructuras no se preservaron, limitando las interpretaciones.

A pesar de los avances logrados, aún persisten numerosas incógnitas sobre la historia de Idiorophus patagonicus. Consultada sobre la duración temporal de la especie, la investigadora reconoce:
“Lamentablemente, no tenemos respuestas definitivas. Extraer conclusiones a partir de un único espécimen es muy difícil. Sabemos que el fósil pertenece al Mioceno temprano, con una antigüedad aproximada de entre 20 y 19 millones de años, pero no podemos determinar durante cuánto tiempo estuvo presente la especie”.

Respecto a las causas de su extinción, Paolucci explica que actualmente se están abordando estudios más amplios, comparando cachalotes de distintas regiones y períodos geológicos —como el Mioceno tardío— para evaluar posibles patrones evolutivos y ecológicos.
“Por ahora, todas las hipótesis siguen abiertas: desde cambios climáticos globales que pudieron modificar la dinámica oceánica y la disponibilidad de presas, hasta la competencia con otros mamíferos marinos, como delfines. Esperamos que futuros análisis permitan poner a prueba estas ideas”.

Finalmente, la científica advierte que los recientes recortes en financiación destinados a la ciencia y la tecnología en Argentina dificultan seriamente la continuidad del trabajo de campo:
“El ejemplar tipo sigue siendo el único conocido de esta especie. Mi deseo es encontrar nuevos restos en futuras campañas, pero con las fuertes restricciones presupuestarias que atraviesa actualmente el sistema científico nacional, esa posibilidad se vuelve cada vez más lejana”.

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Hallan fósil de Synbranchus, una anguila del Pleistoceno de San Pedro.

Una vértebra fosilizada de uno de estos animales fue descubierta a ocho kilómetros de San Pedro.

Una pequeña vértebra fosilizada de un pez del género Synbranchus acaba de ser descubierta en inmediaciones de la ciudad de San Pedro, al norte de Buenos Aires. La pequeña pieza corresponde a un género de peces cuya forma resulta similar a la de las anguilas verdaderas y debido a esto, se les da el mismo nombre popular. Los Synbranchus, peces de cuerpos alargados, de hábitos principalmente nocturnos, suelen habitar arroyos y pantanos de agua dulce en diferentes áreas de nuestro país. Si bien no son anguilas, propiamente dichas, su aspecto ha hecho que la gente los confunda con las anguilas de agua salada, por ejemplo.

   

La vértebra fosilizada fue hallada por un equipo del Museo Paleontológico de San Pedro conformado por Jorge Martínez, Walter Parra y José Luis Aguilar (el primero en observar la pieza en el sedimento), junto a los colaboradores Manuel Sánchez y Juan Cabrera. El hallazgo se produjo durante una tarde de prospección en busca de material fósil, en el sector conocido como Campo Spósito, en la zona de Bajo del Tala, partido de San Pedro. En dicho campo, el grupo del museo investiga un tramo de un lecho de río prehistórico cuya antigüedad promedio está fechada en unos 200.000 años.

“Cuando vimos la pequeña pieza fosilizada, nos entusiasmamos porque sabemos que los restos de peces fósiles en la región pampeana son muy escasos, por lo tanto, los registros son incompletos. De hecho, del género Synbranchus, al que pertenecen estos peces existen escasos antecedentes fósiles. Y por otro lado, este nuevo registro nos permite seguir conociendo habitantes de ese ecosistema prehistórico en el cual convivieron perezosos gigantes, grandes armadillos acorazados, mastodontes, caballos fósiles, macrauchenias y tantos otros mamíferos de los que el equipo del museo ha venido descubriendo restos.

Este es el tercer tipo de pez encontrado en el yacimiento de Campo Spósito. Anteriormente se habían encontrado bagres, armados y ahora, este del género Synbranchus. Cada eslabón, cada género que se suma, permite recrear con mayor fidelidad las condiciones de aquel ecosistema y conocer mejor a quiénes lo habitaban”, comenta José Luis Aguilar, director del museo y partícipe del hallazgo.

   

Para la clasificación del ejemplar, el equipo del museo de San Pedro contó con la valiosa participación del especialista Sergio Bogan, Curador Asociado de la División Ictiología del Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Rivadavia” (MACN-CONICET).

Bogan explica que “es un hallazgo muy interesante porque suma un componente previamente no registrado en este sitio y genera expectativas de que sigan apareciendo otros restos de peces, los cuales siempre son poco frecuentes.

Si bien estos peces han sido registrados en otros sitios Pleistocenos de la provincia, estos antecedentes son escasos. Hay algunos fósiles del río Quequén Salado, el río Luján y en el Reconquista. Por el tamaño de las vértebras es posible inferir que llegara a medir unos 1.20 metros de longitud, pero es algo aproximado pues es difícil establecer un tamaño con certeza, sólo con estos elementos”. Ilustración del PaleoArtista Miguel Ángel Lugo por la ilustración que acompaña esta difusión. Fuente; Museo Paleontológico “Fray Manuel de Torres” de San Pedro.

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Patagorhacos terrificus, un ave del terror en el Mioceno de Río Negro.

Hace unos 18 millones de años, la Patagonia tenía un aspecto distinto al de hoy en día. Las interminables planicies estaban salpicadas por árboles y bosques en los que se encontraba una gran variedad de animales hoy en día extintos. Su clima era más cálido y húmedo, lo que permitía la existencia de animales de aspecto tropical como monos, puercoespines y muchos otros.

Entre los grandes cazadores de la época se encontraban unas enormes aves predadoras conocidas como fororracos o “aves del terror”. Los fororracos se distribuyeron por toda Sudamérica, y se extinguieron hace unos 3 millones de años. Tenían un pico poderoso, muy alto y terminado en un gancho filoso. Sus patas eran muy largas y sus alas reducidas, por lo que eran incapaces de volar.

 

 

Una expedición llevada adelante por miembros del Museo Patagónico de Ciencias Naturales “Juan Carlos Salgado” en los alrededores de la ciudad de General Roca, en la provincia de Río Negro, resultó en el hallazgo de restos más completos de Patagorhacos terrificus, especie muy enigmática.

Debido a la buena preservación de los restos los investigadores lograron conocer aspectos importantes sobre el Patagorhacos. La especie alcanzaba una altura de 1.5 metros y un peso aproximado de 50 kilogramos.

Sus garras curvadas y sus huesos esbeltos hacen pensar que se trataba de un veloz depredador que daba caza a sus presas mediante la velocidad, y las remataba con un certero picotazo. Luego despedazaba a su presa con la ayuda de las garras del pie.

Los nuevos restos permitieron a los investigadores realizar un árbol genealógico de todos los fororracos conocidos, y poder saber más sobre la evolución de este grupo de aves.

El equipo de trabajo de este hallazgo estuvo integrado por investigadores del CONICET, el Museo Argentino de Ciencias Naturales, la Fundación Azara y el Museo Patagónico de Ciencias Naturales “Juan Carlos Salgado”, cuya publicación científica puede leerse en https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/08912963.2025.2458127?src=  Fuente: Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados.

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Ichhutherium wayra, una nueva especie de mamífero del Mioceno de Antofagasta, Catamarca.

El hallazgo realizado por científicos paleontológicos de Conicet se dio a 3.900 metros sobre el nivel del mar. Se trata del Ichhutherium wayra quién vivió durante el Mioceno

Un equipo de científicos paleontológicos del CONICET y diversas universidades nacionales descubrió en la provincia de Catamarca una nueva especie de mamífero que vivió hace 18 millones de años. Se trata del Ichhutherium wayra, un herbívoro de la familia de los mesoterinos, cuyos restos fósiles fueron hallados a una altitud de 3900 metros, en la actual puna catamarqueña.

El hallazgo, publicado en la revista Journal of Systematic Paleontology, aporta información clave sobre la biodiversidad del continente sudamericano durante el Mioceno y las adaptaciones de los mamíferos a entornos de gran altura. El Ichhutherium wayra, cuyo nombre en quechua significa "viento", es una prueba de que ciertos mamíferos lograron adaptarse a condiciones extremas en zonas montañosas. La altitud del descubrimiento sugiere a los investigadores que estos animales desarrollaron estrategias para sobrevivir en ambientes fríos y de baja presión de oxígeno.

Los fósiles de mamíferos de esta época son difíciles de encontrar, lo que hace que este descubrimiento sea aún más relevante para la reconstrucción de los ecosistemas sudamericanos prehistóricos.

Armella explicó que "lo que más nos llamó la atención era la edad de los sedimentos, porque son bastante viejos", destacando que estos niveles son poco representados en la geología del NOA, lo que hace que el hallazgo sea aún más significativo.

El fósil corresponde al linaje más antiguo de los mesoterinos, una subfamilia entre los mesotéridos, un grupo de ungulados nativos sudamericanos que se caracterizan por sus adaptaciones morfológicas. El ejemplar, denominado ichhutherium wayra, presenta rasgos morfológicos con un carpincho y un wombat (marsupiales australianos). Armella señala que "este material que encontramos forma parte de esa fauna única de Sudamérica que se desarrolló durante 30 o 40 millones de años", remarcando la importancia del descubrimiento para la paleontología.

El Ichhutherium wayra (Ichuu: pastos de altura en quechua; wayra: viento en quechua; y therium: bestia en griego) era un animal herbívoro que pesaba entre 12 y 15 kilogramos y se alimentaba de pasturas. Su estudio permitirá a los científicos reconstruir el paisaje y la comunidad biológica de la Puna durante el mioceno temprano. A través de esta investigación, los paleontólogos esperan obtener una imagen más clara de cómo era el ecosistema en aquel entonces.

La campaña de rescate, que se inició en 2023, fue posible gracias a la colaboración de investigadores de distintas provincias: Mendoza, Tucumán y Catamarca. Participaron profesionales del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA -CONICET UNCuyo), el Instituto Superior de Correlación Geológica (INSUGEO – CONICET UNT), la Universidad Nacional de Tucumán, la Universidad Nacional de Catamarca, y miembros de la comunidad local. Actualmente, el fósil se exhibe en el Museo del Hombre de Antofagasta de la Sierra.

El Ichhutherium wayra se suma a la lista de especies que permiten entender la evolución de los mamíferos en Sudamérica. Su estudio no solo ofrece pistas sobre su forma de vida, sino que también ayuda a comprender cómo el entorno y el clima influyeron en la fauna del pasado. Fuente: elancasti.com.ar y adaptado por grupopaleo.com.ar.

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Recuperan nuevos restos de un Ictiosaurio de Jurásico en la formación vaca muerta, en la Provincia de Neuquén.

Un nuevo e importante hallazgo paleontológico tuvo lugar en el paraje Los Álamos, en las inmediaciones de Loncopué, cuando Ángel Fuentes, propietario del campo donde ocurrió el descubrimiento, alertó sobre la presencia de restos fósiles en el terreno.

Tras la denuncia, se activó el protocolo correspondiente y se notificó a la Dirección de Patrimonio Cultural, dependiente de la Subsecretaría de Cultura de la Provincia del Neuquén. Al sitio se trasladó el paleontólogo Mateo Gutiérrez, acompañado por efectivos de Gendarmería Nacional, quienes confirmaron la presencia de fósiles pertenecientes a un Ictiosaurio, un reptil marino del Jurásico Superior.

La zona del hallazgo forma parte de un afloramiento de la Formación Vaca Muerta, reconocida a nivel mundial por su riqueza en fósiles marinos como ostras, moluscos y reptiles que datan de entre 145 y 150 millones de años. Este tipo de descubrimientos aportan valiosa información científica sobre el ecosistema que existía en la región durante esa era geológica.

Los materiales recuperados serán trasladados al Museo Carmen Funes de Plaza Huincul para su análisis y conservación. Posteriormente, quedarán en resguardo temporal en el Museo Paleontológico Carlos Alesandri de la localidad de Las Lajas.

El operativo contó con el acompañamiento de las Direcciones de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Loncopué, y se recordó a la comunidad la importancia de notificar de inmediato a las autoridades culturales o a Gendarmería Nacional ante el hallazgo de posibles fósiles, para asegurar su preservación y estudio adecuado.

Los ictiosaurios, un grupo de reptiles marinos que dominaron los océanos durante la era Mesozoica, son un fascinante ejemplo de adaptación evolutiva. Estos animales, que vivieron aproximadamente entre 250 y 65 millones de años atrás, presentan una serie de características morfológicas y fisiológicas que les permitieron prosperar en un entorno acuático.

Una de las características más distintivas de los ictiosaurios es su forma corporal hidrodinámica. Su cuerpo alargado y fusiforme, similar al de los delfines modernos, les confería una notable eficiencia en la natación. Esta forma les permitía reducir la resistencia del agua, facilitando así su desplazamiento a altas velocidades. Además, sus extremidades se transformaron en aletas, lo que les proporcionaba una mayor maniobrabilidad en el medio acuático.

En términos de respiración, los ictiosaurios eran reptiles y, por lo tanto, necesitaban salir a la superficie para respirar aire. Sin embargo, su adaptación a la vida marina se evidenció en la posición dorsal de sus fosas nasales, lo que les permitía respirar sin necesidad de levantar completamente la cabeza fuera del agua. Esta característica es similar a la observada en algunos mamíferos marinos actuales.

La dieta de los ictiosaurios variaba según las especies; algunos eran carnívoros y se alimentaban principalmente de peces y cefalópodos, mientras que otros presentaban adaptaciones para una dieta más diversa. Sus mandíbulas estaban equipadas con dientes afilados y cónicos, ideales para capturar presas resbaladizas en el agua.

Desde el punto de vista reproductivo, se ha demostrado que los ictiosaurios eran ovovivíparos, lo que significa que daban a luz crías vivas en lugar de poner huevos. Este rasgo es particularmente interesante ya que sugiere una adaptación a un ambiente marino donde el desarrollo embrionario dentro del cuerpo materno podría ofrecer ventajas frente a depredadores y condiciones ambientales adversas.

Los ictiosaurios también exhibían una notable diversidad morfológica. Se han identificado varias especies con diferencias significativas en tamaño y forma; algunas alcanzaban longitudes superiores a los 20 metros, mientras que otras eran mucho más pequeñas. Esta diversidad refleja una amplia gama de nichos ecológicos que los ictiosaurios pudieron ocupar en los océanos de su tiempo.

La variabilidad en la morfología también se relaciona con su evolución a lo largo de millones de años. Los ictiosaurios evolucionaron a partir de ancestros terrestres, y su adaptación al medio acuático fue un proceso gradual que implicó cambios significativos en su anatomía. Por ejemplo, las modificaciones en la estructura de la columna vertebral y el desarrollo de un sistema de aletas más eficiente son indicativos de esta transición evolutiva.

Además, los ictiosaurios presentaban características esqueléticas únicas. Su cráneo era grande y alargado, con una mandíbula inferior prominente que les permitía abrir la boca ampliamente para capturar presas. La presencia de huesos nasales reducidos y una órbita ocular grande también son rasgos distintivos que sugieren adaptaciones para una vida activa en el agua.

En términos de paleobiología, los ictiosaurios desempeñaron un papel importante en los ecosistemas marinos del Mesozoico. Como depredadores, ayudaron a regular las poblaciones de otras especies marinas y contribuyeron a la dinámica ecológica de su entorno. Su extinción, ocurrida al final del Cretácico, marcó un cambio significativo en la biodiversidad marina, abriendo oportunidades para otros grupos de animales marinos, incluidos los mamíferos marinos modernos. Fuente; noticiasnqn.com.ar y modificado y adaptado por grupopaleo.com.ar

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